sábado, 16 de diciembre de 2017

POLÍTICAS TRANS, ANSIEDAD Y LOS SUJETOS DEL FEMINISMO. ENTREVISTA A PABLO PÉREZ NAVARRO.


 

 

 


 Por Juan Pablo Cuevas.

 

Juan Pablo Cuevas:La obra de Butler ha sido objeto de debate y crítica por diferentes autores y autoras queer. En Del texto al sexo, aborda algunos conceptos clave como la performatividad y la subversión. El tratamiento de la transexualidad por parte de Butler es uno de los elementos que más debate ha generado, pese a que en El género en disputa apenas le dedica un párrafo. No será hasta Cuerpos que importan, donde Butler asuma más a fondo esta cuestión. Algunos autores como Jay Prosser, creen que el impacto que tiene el documental Paris is Burning sobre la obra de Butler le lleva a dejar de considerar la transexualidad como una forma de subversión y más como una forma más de adaptación a la normalización de los cuerpos. Con esta afirmación critican la postura de Butler frente a la transexualidad, sosteniendo que la sitúa en un plano conservador. Me gustaría conocer su posición respecto a si existe desde algunos teóricos queer un rechazo a la transexualidad o por lo menos, si algunos consideran la transexualidad un vuelco esencialista.

 

Pablo Pérez Navarro: Matizaría que El género en disputa no suscitó tanto debate por su alusión a la transexualidad, en el contexto de la discusión de la construcción melancólica de la heterosexualidad, como por la referencia, también muy condensada, a la performance drag, muy vinculada a la contracultura gay de bar. La podemos asociar a la representación drag queen o al espectro de lo que en contexto hispánico solemos denominar travestismo. Cierto es que, en ocasiones, lo drag puede estar asociado a la transexualidad, como cuando una drag queen resulta ser, además, transexual, pero no tiene por qué ser necesariamente así.

 

Es la representación drag la que quedaba asociada en "El género en disputa" con una posibilidad de crítica epistemológica, a saber, la que se deriva de representar no tanto al género en sí como a su naturaleza imitativa. Ello sería posible debido a que la carga dramática de lo drag descansa, con frecuencia, sobre una cierta tensión establecida entre el género representado y género asignado, poniendo así en juego una espectacularización de la desnaturalización del género. De ahí el lugar estratégico que ocupa en El género en disputa en relación con la teoría de la performatividad.

 

Pablo Pérez Navarro: Para algunas, tanto las prácticas como las múltiples identidades que se construyen en la órbita de lo drag como la transexualidad en cuanto tal podrían englobarse bajo la referencia paraguas a la categoría, mucho más amplia, de lo transgénero. Al menos, esa una forma bastante común en que funciona el término transgénero en el mundo anglosajón. Autores como Jay Prosser, sin embargo, tienden a entender transexualidad y transgénero como términos en oposición. Desde ese punto de vista, lo transgénero implicaría una dimensión de inestabilidad, una componente lúdica, teatral, que permitiría diferenciarlo de la experiencia transexual. La narrativa característica de la transexualidad implicaría, más bien, un tránsito hacia un lugar estable dentro del binarismo de género, un punto de llegada, de pertenencia, el lugar de lo propio en términos de identidad de género.

 

En mi opinión, no sería tanto el tratamiento dado a lo drag en la obra de Butler como el intento por definir una oposición clara entre lo serio y lo no serio, entre lo propio y lo “meramente” lúdico, entre las narrativas unificadas y coherentes de la vivencia transexual del género frente a otras más proliferantes e inestables de lo transgénero como se establecería, a la postre, una cierta jerarquía normativa entre formas diversas de experiencia trans. Las variaciones queer de la fórmula de Beauvoir “no se nace mujer, se llega a serlo” posibles e implícitas en la teoría de la performatividad incluyen sin duda al espectro transexual entre otras perspectivas posibles de variación y tránsito. Quizá por eso me resulta el uso de lo transgénero o, en nuestra lengua, de lo trans como término paraguas (o trans*, como escribe Lucas Platero) políticamente más productiva que pretender establecer algo así como una tensión originaria entre formas antagónicas de experiencia trans.

 

Dicho esto, creo que el hecho de que lo drag, en particular, ocupara una determinada función retórica o epistemológica en "El género en disputa" no implica ninguna valoración normativa sobre ninguna forma de experiencia del género. De la misma forma, tampoco creo que la lectura de Butler de las ambivalencias narrativas desplegadas por los protagonistas de ese denso artefacto cultural que es "Paris is Burning" resulte suficiente para deducir un supuesto ranking de identidades más o menos subversivas. Las ambivalencias que señala Butler remiten, antes que a la experiencia transexual en general, al discurso concreto que despliega Venus Xtravaganza en el documental y a la elocuencia con que expresa sus aspiraciones a un proyecto de vida al abrigo de la norma de cierta feminidad tradicional de clase media. Por lo demás, Butler ha sido bastante elocuente en multitud de ocasiones al respecto de la imposibilidad de establecer algo así como un marco normativo que permita deducir, a priori, los efectos bien subversivos, bien renaturalizadores, de cualquier resignificación de la norma.

 

Sin embargo, creo que al menos en ciertos contextos, dentro y fuera de la academia, podemos encontrar discursos que participan del tipo de jerarquía normativa entre identidades y tránsitos contra el que escribe Jay Prosser. Del hecho de que los espacios políticos queer y/o transfeministas sean minoritarios y contra-hegemónicos no se deduce que no puedan producir sus propias cristalizaciones normativas ni que estas no lleguen, en ocasiones al menos, a operar de formas excluyentes. No resulta extraño encontrar, por ejemplo, valoraciones sobre la inconveniencia de recurrir a bloqueadores hormonales para los/as menores transexuales basadas en la idea de que estos representan bien una claudicación, bien un refuerzo de los mandatos del binarismo de género. Aunque exista una innegable voluntad crítica en este tipo de inversiones de la cisnormatividad, creo que el respeto a la diversidad de tránsitos y a la capacidad para decidir autónomamente deben extenderse, sin paliativos, tanto a quienes deseen recurrir a los bloqueadores para ganar tiempo frente a determinados cambios corporales como, por supuesto, a los y las menores que no lo hagan.

 

Juan Pablo Cuevas: El tema de la performatividad y la subversión son dos aspectos clave en la obra de Butler. En su libro reflexiona sobre la capacidad de los cuerpos de subvertir el proceso normalizador al que los somete el poder, teniendo en cuenta la contribución de la filósofa estadounidense. En el caso de la transexualidad, ¿cree que se trata de una forma de performatividad, y por tanto una vía de subversión, de escape de la normalización o es un camino más largo hacia la restauración de la norma?

 

Pablo P. Navarro: Como cuestión previa, diría que la teoría de la performatividad se encuentra igualmente vinculada con la posibilidad de la subversión como con la de la reconsolidación de la norma. La performatividad representa, justamente, una forma de abordar la relación constitutiva entre ambas posibilidades o, incluso, el momento de indecibilidad en el que no es posible determinar si cualquier curso de acción nos aproxima o más bien nos aleja de un objetivo emancipatorio. Si existen algo así como unas políticas de la performatividad, por así decirlo, pertenecen al ámbito de lo que Butler denomina, a partir de Foucault, como unas políticas de la ansiedad.

 

Del riesgo inherente a cualquier hoja de ruta que podamos concebir para las políticas queer no se debe derivar, creo, ningún pesimismo, y sí una necesidad de atender a cada contexto de forma mucho más localizada. La pregunta por si la transexualidad es o no un proyecto transformador, o si lo es el lesbianismo, o la homosexualidad, en cuanto tales, es por completo imposible de responder. “La” transexualidad, en cuanto tal, no existe. En su lugar podríamos preguntar, ejemplo, ¿Cómo resiste determinada comunidad transexual frente al control estatal de la identidad de género? ¿Qué tensiones políticas dividen internamente a esa comunidad y qué efectos tienen a la hora de aumentar o disminuir la autonomía de las personas trans? ¿Qué alianzas se establecen entre ellas y la lucha contra otras formas de opresión, como las políticas migratorias, la agenda austeritaria o el control estatal de las prácticas reproductivas?

 

Juan P. Cuevas: En cuanto a la transexualidad, somos testigos de un predominio de los análisis clínicos y jurídicos sobre su diagnóstico, tratamiento y gestión del problema a nivel político. En su libro hace toda una reflexión sobre las políticas de resistencia. ¿Considera usted que las políticas actuales hacia la transexualidad son políticas de patologización? ¿A cree que puede ser debido?

 

P. P. Navarro: Sin duda. La patologización de la transexualidad y las innumerables restricciones, arbitrarias y autoritarias, a los procesos de transición de género ponen de manifiesto el grado extremo de institucionalización alcanzado por el binarismo de género, eslabón central de lo que Butler llama “matriz heterosexual”. Sus efectos se extienden sobre multitud de formas de vivir el género, la sexualidad o el parentesco, entre otras dimensiones fundamentales de experiencia y subjetivación que incluyen y exceden las experiencias trans en múltiples direcciones.

 

Juan Pablo Cuevas: Siguiendo con la pregunta anterior, existen aún colectivos de transexuales y mucha bibliografía que sostienen posturas esencialistas en cuanto a la transexualidad. ¿Cuál cree que es la motivación para hacerlo? ¿Cree que es menor respecto a otros colectivos como el gay/lésbico?

 

Pablo Pérez Navarro: No creo que el esencialismo ni su traducción política, el asimilacionismo, sea mayor en relación con las políticas trans que en otras áreas del activismo elegetebé. Tampoco en el plano teórico. Eso sí, estos se articulan en cada caso en torno a variables muy concretas. En el caso de la transnormatividad, la necesidad de negociar formas en que el estado y los sistemas de salud se hagan cargo de los procesos de transición, a nivel legal pero sobre todo endocrino o quirúrgico ha sido, sin duda, un peso a favor de que el discurso patologizador fuese históricamente asumido por determinados sectores del activismo transexual. Afortunadamente, cada vez resulta más claro que todas esas y otras muchas formas de garantizar el bienestar de las personas que transitan no requiere de ninguna cesión de la capacidad de autodeterminación frente a las instancias médicas o judiciales. Así lo ponen en evidencia leyes de identidad de género como la argentina, la que se gesta estos días en Portugal y diversas leyes autonómicas del Estado español, entre otras.

 

Igual que defienden que el sistema heteropatriarcal ha ido generando una visión de la mujer que es culturalmente definida en cuanto a su sexo y su género, ¿cree que existe una forma institucionalizada de la transexualidad dispuesta a que esta no socave las normas binarias de género?

 

Diría que en diferentes países y contextos hemos contemplado, en el último par de décadas, una rápida evolución entre un activismo transexual institucional, hegemónico, que apostaba por el paradigma del diagnóstico de disforia de género en relación antagónica con el minoritario activismo por la despatologización, hacia un panorama activista mucho más rico y diverso en lo que a sus agendas políticas se refiere. La campaña internacional Stop Trans Pathologization 2012, en especial, marcó un antes y un después en las agendas políticas de multitud de colectivos y federaciones.

 

Juan Pablo Cuevas: En su libro explora el debate sobre el determinismo construccionista en cuanto a las identidades. Usted sostiene como Butler que es posible la subversión y que existen mecanismos para en cierta forma desobedecer y salir del esquema normalizador social. ¿Cree que sería posible subvertir esta identidad institucionalizada de la figura trans?

 

Pablo Pérez Navarro: No sé muy bien cuál sería, hoy en día, esa imagen institucionalizada. Creo en cualquier caso que, como bien se desarrolla en múltiples aspectos de la obra de Butler, existe una relación inestable y dinámica entre las identidades que ocupan ya ciertas formas de legitimidad social, y los exteriores constitutivos de cualquier forma de reconocimiento dada. Las políticas queer con potencial crítico y transformador constituyen un fenómeno de frontera, un cuestionamiento de las formas de inclusión/exclusión que operan en las fronteras de la legitimidad y la inteligibilidad en cualquier momento dado. El problema no será nunca, desde ese punto de vista, sustituir o superar esas formas de experiencia del género, trans o cualquier otra, que encuentran un cierto acomodo en un entorno que sigue siendo, no lo olvidemos, mayoritariamente hostil. El problema radica en detectar y combatir, eso sí, cualquier forma de legitimación que se construya sobre la exclusión de otras vivencias del género igualmente válidas.

 

Juan Pablo Cuevas: Cuando habla de la revisión que hace Butler de la lectura del Timeo, hay una crítica importante a las feministas radicales que sostienen la diferencia del cuerpo femenino y su especificidad. Usted que está acostumbrado a las críticas de radicales feministas por su postura frente a temas como la prostitución o la gestación subrogada, sabrá que muchos colectivos de feministas radicales, (radfem, TERF…) dirigen sus críticas a los transexuales por considerar que, al no nacer con un cuerpo femenino, habría que hacer ciertas diferenciaciones y excluirlas del sujeto mujer. ¿Cree que esta postura tiene algo que ver con lo que analiza Butler? ¿Merecen ser tenidas en cuenta estas consideraciones a lo hora de construir el sujeto mujer? Y, por último, ¿cree que sería necesario incluir a las mujeres trans dentro del sujeto mujeres en la política feminista?

 

Pablo Pérez Navarro: La necesidad de incluir experiencias del género diversas como parte del sujeto de la lucha feminista constituye uno de los puntos de partida de la teoría de la performatividad de género. La exclusión transfóbica en el seno del feminismo radical, sin ir más lejos, forma parte de la memoria histórica que impulsa el nacimiento de las teorías queer. Pero no es, sin duda, la única. La proliferación de voces feministas negras, chicanas, y el cuestionamiento profundo de las diferencias de clase dentro del movimiento feminista forma parte, también, del cuestionamiento y apertura crítica del sujeto de las políticas feministas que impulsan autoras como Butler desde "El género en disputa".

 

En cualquier caso, más que de plantearse si incluir o no a cualquier sujeto dentro del sujeto mujeres del feminismo, creo que se hace necesario más bien, o a la par, reconocer que se hacen políticas feministas desde una diversidad irreductible de experiencias del género y de la sexualidad. No se trataría tan sólo, por tanto, de cuestionar los límites y exclusiones constitutivas del sujeto mujeres de las políticas feministas, sino de cuestionar además los límites y exclusiones constitutivas que se derivan de considerar que las mujeres agotan al sujeto de las políticas feministas.

 

Juan. P. Cuevas: Usted sostiene que se puede interferir en los procesos de formación de las identidades a partir de diferentes políticas. Actualmente somos testigos de cambios en las legislaciones de muchos países para dejar de considerar la transexualidad como una enfermedad o permitir el cambio de nombre sin necesidad de cambios quirúrgicos. ¿Cómo cree que afectarían estos cambios a las personas transexuales, a colectivos discriminados como gays y lesbianas y a la sociedad en su conjunto?

 

Pablo P. Navarro: Efectivamente, cada vez son más los países que adoptan un marco de regulación estatal basado en un principio de libre autodeterminación del género. Es interesante señalar que el control estatal del nombre constituye una parte fundamental del entramado regulatorio que Dean Spade denomina “violencia administrativa”, esto eso, la multitud de formas en que el estado y sus instituciones limitan y condicionan las posibilidades vitales de las personas trans. El nombre legal y la marca legal del sexo son dos formas a veces redundantes en que el estado asume como propia la tarea de reproducir el binarismo de género a escala macro-social. Sin duda, cualquier proyecto político radical en torno al género y la sexualidad debe pasar por cuestionar esta potestad estatal.vidanormal.jpg

 

En ese sentido, considero que tanto el horizonte de la autodeterminación del género legal como masculino o femenino, por la vía de la despatologización, como otras formas de flexibilización del marco binario a través del reconocimiento de una tercera opción, como sucede en Alemania y en otros países, comparten pese a todo el presupuesto de que el estado debe establecer y organizar los límites de la inteligibilidad social del género. La demanda por la desaparición de las marcas de género de los documentos oficiales representa en mi opinión, entre otras medidas encaminadas a abolir la vida jurídica de la normatividad de género, un elemento irrenunciable para una política trans y queer comprometida con proyectos de autodeterminación radical en el campo del género y la sexualidad. Tanto las políticas trans como las feministas y las transmaribibolleras en general podrían encontrarían múltiples estímulos a su imaginación política a partir de ese proyecto en particular.

 

Juan Pablo Cuevas: Usted fue miembro de la Asamblea Transmaricabollo del 15M, escribe frecuentemente en blogs de acción política LGBTQI y ha trabajado durante muchos años cerca del activismo, por lo que conoce el colectivo desde dentro. Me gustaría preguntarle si considera usted que existe cierta discriminación dentro del movimiento LGBTQI hacia las personas transexuales y si podría decirme algunas causas de este si considera que lo hay.

 

Pablo Pérez Navarro: Como marica generalmente leída como CIS, muchas formas cotidianas y normalizadas de transfobia me pasan probablemente desapercibidas. Dicho esto, considero que los espacios en los que he participado han sido, por lo general, puntos de encuentro entre activismos de muy diferente signo, identitariamente promiscuos, ricos en lo que al intercambio entre formas de posicionarse frente al género y la sexualidad, entre otras variables, se refiere. Sin ser utopías bucólicas, ni mucho menos, me resulta obvio que en ellos predominan los procesos de aprendizaje mutuo sobre el crisol de violencias transfóbicas, racistas, serofóbicas, putofóbicas, clasistas, asexfóbicas, bollofóbicas and co. contra el que nos organizamos.

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