Pelo Malo, el lado oscuro de Caracas
Por Eduardo Nabal
Pelo Malo
(ganadora de la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián) es el segundo largometraje de la realizadora
venezolana Mariana Rondón tras la combativa Postales
de Leningrado. Con pocos personajes y una puesta en escena firme y
demoledora, Rondón mezcla los géneros: la comedia de costumbres y el drama
social entroncando con una forma muy personal de entender el realismo y la
denuncia a través de un breve trozo de
vida, un momento de cambio en una familia formada por una madre abandonada por
su marido y dos chicos, el pre-adolescente Junior (que sueña con llevar el
aspecto de un cantante) y su hermano pequeño, todavía un bebé.
La
película es demasiado elaborada en su planificación audiovisual- atenta a los
detalles de la puesta en escena- como para considerarse cercana al documental o
el docudrama y también demasiado
descarnada en sus apuntes socioeconómicos para poder llamarse ‘fábula’ o ‘poema
en prosa’. Rondón pone como amargo telón de fondo las barriadas más desfavorecidas
de un país que intenta, ahora, dar un ejemplo de heroísmo y donde, no obstante,
se siguen reproduciendo no solo las formas más salvajes del capitalismo
predador sino además la alienación de todo lo distinto, así como la estigmatización
de las llamadas “minorías” .
No
estamos en el ambiente fantasioso y kitch de Ma
vie en Rose o ante la frescura y espontaneidad Tomboy
(otros filmes sobre ‘infancias queer’) sino ante una sociedad resquebrajada, llena de esperanzas perdidas,
donde lo público y lo privado se confuden por
proximidad a la vida en la calle de distintos personajes, supervivientes
de un modelo nada halagador, lejano de todo atisbo de ínfulas heroicas o
fetichismo chavista, que funciona mejor de cara al exterior que en el seno de
una sociedad llena de contrastes y donde no ha habido los suficientes avances,
viéndose reforzados el machismo y la homofobia por el ejemplo de algunos de sus
representantes políticos.
Un
gran bloque de viviendas, un sitio donde
Junior puede soñar pero no por mucho tiempo y menos aún seguido. Una película a
la vez dura (particularmente en algunos
enfrentamientos entre el pequeño y su madre, así como su extraña relación con
su abuela) y tierna por la naturalidad con la que aborda las decisiones del
pequeño protagonista por lograr una imagen propia ante distintos, cuando no
opuestos, espejos deformantes.
Estamos
ante un fresco social minimalista atravesado por pequeños detalles que cobran
gran importancia: risas congeladas, niños precoces, breves encuentros y madres
jóvenes y, sobre todo, un alegato quedo y sutil contra un modelo de
organización injusto y alienante, característico de muchos países del
continente.
No
hay en Pelo malo esa mirada
paternalista, sino una mirada lúcida, la de esos niños cuyo universo puede ser
tan complejo y más coherente que el de los adultos. Ni tampoco ese didactismo
característico del cine social o político. Desde una aparente modestia las
imágenes hablan por sí solas de pobreza, machismo soterrado y alienación personal.
Seguramente si Pelo malo no
denunciara la homofobia hacia un niño proto-queer además de alienación laboral, la violencia, la deshumanización
y la doble jornada hubiera encontrado otros foros dentro del ‘cine social’,
pero en esta película pequeña, irregular pero hermosa y descarnada Rondón no
tiene pelos en la lengua, y se atreve a hurgar en un núcleo familiar en crisis
tanto social como en cuestión de roles de género, en una sociedad que quiere
exportar modelos de heroísmo.
Cine valiente. Lejos del mundo que presenta la también
valiente y venezolana pero más dulce Azul
y no tan rosa, la película de Rondón hurga de otro modo en la homofobia y,
sobre todo, presenta una cara menos amable del país donde ha sido rodada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario