jueves, 28 de julio de 2016

INFANCIAS QUEER

Pelo Malo, el lado oscuro de Caracas

 

Por Eduardo Nabal

 



Pelo Malo (ganadora de la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián)  es el segundo largometraje de la realizadora venezolana Mariana Rondón tras la combativa Postales de Leningrado. Con pocos personajes y una puesta en escena firme y demoledora, Rondón mezcla los géneros: la comedia de costumbres y el drama social entroncando con una forma muy personal de entender el realismo y la denuncia  a través de un breve trozo de vida, un momento de cambio en una familia formada por una madre abandonada por su marido y dos chicos, el pre-adolescente Junior (que sueña con llevar el aspecto de un cantante) y su hermano pequeño, todavía un bebé.
La película es demasiado elaborada en su planificación audiovisual- atenta a los detalles de la puesta en escena- como para considerarse cercana al documental o el docudrama  y también demasiado descarnada en sus apuntes socioeconómicos para poder llamarse ‘fábula’ o ‘poema en prosa’. Rondón pone como amargo telón de fondo las barriadas más desfavorecidas de un país que intenta, ahora, dar un ejemplo de heroísmo y donde, no obstante, se siguen reproduciendo no solo las formas más salvajes del capitalismo predador sino además la alienación de todo lo distinto, así como la estigmatización de las llamadas “minorías” .    
No estamos en el ambiente fantasioso y kitch  de Ma vie en Rose o ante la frescura y espontaneidad  Tomboy (otros filmes sobre ‘infancias queer’) sino ante una sociedad  resquebrajada, llena de esperanzas perdidas, donde lo público y lo privado se confuden por  proximidad a la vida en la calle de distintos personajes, supervivientes de un modelo nada halagador, lejano de todo atisbo de ínfulas heroicas o fetichismo chavista, que funciona mejor de cara al exterior que en el seno de una sociedad llena de contrastes y donde no ha habido los suficientes avances, viéndose reforzados el machismo y la homofobia por el ejemplo de algunos de sus representantes políticos.  
Un gran bloque de viviendas, un  sitio donde Junior puede soñar pero no por mucho tiempo y menos aún seguido. Una película a la vez dura  (particularmente en algunos enfrentamientos entre el pequeño y su madre, así como su extraña relación con su abuela) y tierna por la naturalidad con la que aborda las decisiones del pequeño protagonista por lograr una imagen propia ante distintos, cuando no opuestos, espejos deformantes.
Estamos ante un fresco social minimalista atravesado por pequeños detalles que cobran gran importancia: risas congeladas, niños precoces, breves encuentros y madres jóvenes y, sobre todo, un alegato quedo y sutil contra un modelo de organización injusto y alienante, característico de muchos países del continente.  
No hay en Pelo malo esa mirada paternalista, sino una mirada lúcida, la de esos niños cuyo universo puede ser tan complejo y más coherente que el de los adultos. Ni tampoco ese didactismo característico del cine social o político. Desde una aparente modestia las imágenes hablan por sí solas de pobreza, machismo soterrado y alienación personal. Seguramente si Pelo malo no denunciara la homofobia hacia un niño proto-queer además de  alienación laboral, la violencia, la deshumanización y la doble jornada hubiera encontrado otros foros dentro del ‘cine social’, pero en esta película pequeña, irregular pero hermosa y descarnada Rondón no tiene pelos en la lengua, y se atreve a hurgar en un núcleo familiar en crisis tanto social como en cuestión de roles de género, en una sociedad que quiere exportar modelos de heroísmo.
 Cine valiente.  Lejos del mundo que presenta la también valiente y venezolana pero más dulce Azul y no tan rosa, la película de Rondón hurga de otro modo en la homofobia y, sobre todo, presenta una cara menos amable del país donde ha sido rodada.

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