miércoles, 21 de marzo de 2018

CLÁSICOS DEL CINE QUEER: OTRA VUELTA DE TUERCA de Eloy de la Iglesia




Por Eduardo Nabal

Del horror en la tradición gótica más depurada trata, en principio, “Otra vuelta de tuerca” su personalísima y polémica adaptación del clásico de Henry James, un libro revisitado con mayor o menor fortuna por el cine o el teatro. Eloy sustituye la tercera persona de la narrativa original y el personaje de una estirada institutriz inglesa por una voz en off de un exseminarista vasco. Al contrario que James y que Clayton en su subyugante adaptación de 1961 no parece demasiado interesado en las atmósferas inquietantes, los decorados suntuosos ni las presencias fantasmales. Como ha señalado Eduardo Fuembuena, el director de “Los Picos”, parece acercarse más a la filosofía de William James (con su peculiar visión de la experiencia religiosa como resultado de un cúmulo de experiencias interiorizadas) que al mundo literario de su hermano al delegar las funciones de custodio de los dos inquietantes y atractivos pupilos en un joven atormentado por una educación jesuítica y una homosexualidad reprimida. Roberto (encarnado por el joven Pedro Mari Sánchez, más conocido por su trayectoria teatral) da un salto hacia la conducta irracional y violenta cuando descubre su atracción por el pequeño Mikel, que, en determinados momentos, como aquel en el que recita a San Juan de la Cruz, parece ir descubriendo el origen de los fantasmas psico-sexuales de su casto tutor igual que en la novela de James los niños saben, al menos en determinados momentos, jugar con el miedo  a lo desconocido de la institutriz. Al recitar unos versos del “Cántico general” de San Juan de la Cruz Mikel, emocionado, casi logra transmitir la ambigüedad amorosa del poema a la mirada turbada de Roberto, que ve en aquellos niños la muerte y el deseo, el principio y el fin.
Si James no deja claro cual de las dos partes (la institutriz o sus pupilos) juega con más destreza a los fantasmas desatando los demonios interiores de la otra parte en ambos casos se trata de una histeria sexual en términos freudianos solo que Eloy ha optado por dar un toque hiperrealista a la fantasía, no solo reduciendo el carácter espectacular de los elementos sobrenaturales sino, especialmente, al convertir al narrador de “los hechos” en un hombre desequilibrado. Un joven reprimido que es  además un exseminarista vasco cuyos impulsos homosexuales son sublimados con violencia en forma de esos fantasmas que persiguen a los niños y que cristalizan en su forma de sobredimensionar sonidos como el ulular del viento, el crujir de las maderas o el ladrido de los perros en la semi-oscuridad. Son conocidas las desavenencias entre el realizador y el actor protagonista aunque es más probable que se debieran a interpretaciones de guión que a una negativa del actor a interiorizar el aspecto homosexual del personaje que, queriéndolo o no, vertebra su punto de vista y el de su oponente Mikel que se autodefine como “niño raro” que “conoce sus secretos”. Además de la trans-gresión de convertir a la institutriz en un sacerdote, de trasladar la acción de Inglaterra al País Vasco, Eloy introduce la religión católica y la tradición jesuítica (con su hondo sentido de “culpabilidad” y su implícita homofobia) en lugar de la anglicana.

  Aunque Eloy ha especulado sobre la intención inicial y soterrada de James de tener un protagonista masculino, está claro que su acto de transgresión de género es, sobre todo, una inmersión en sus propios fantasmas y los de la sociedad de la época. También incluye la lucha de clases entre un seminarista de origen humilde y modales austeros que se desmelena bajo la influencia de dos niños de familia adinerada, que se ríen de algunas de sus maneras y tabúes en cuanto a las “normas sociales”. Aunque Eloy pronto conduce los fantasmas de Roberto al terreno de la paranoia y, sobre todo, una homosexualidad reprimida que lo ha conducido no solo al masoquismo religioso sino también a la sublimación de sus impulsos en figuras como el Cristo desnudo, el niño pervertido por las malas influencias y la sombra de unos fantasmas que lo llevan a un pensamiento, conclusiones y conducta irracionales que acaban cristalizando en el violento enfrentamiento final con Mikel en el interior del invernadero. Un filme transgresor en un intento coyuntural por resucitar el “cine vasco” que ahora nos ha deparado joyas como “80 egunean” o la premiada “Handia”.

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