Prólogo de Una mujer de verdad
Por Juan Gavilán Macías*
No le resulta fácil vivir a una persona, cuando es niña y
adolescente, si se le niega la identidad, que es la base de la
autoestima. Basta con leer algunos de los episodios de la infancia de
Mar Cambrollé para saber cómo se trataba a los menores transexuales
durante aquellos años oscuros. De entrada, el libro tiene el valor de
ser un documento valioso para las personas que han vivido en condiciones
similares, para conocer la vida de una persona con un valor y una
fuerza inapreciables y como fuente de información para todos aquellos
que se interesan por la transexualidad desde el punto de vista de la
Psicología, la Sociología o la Antropología.
Los datos que nos encontramos en todos los estudios,
incluido el informe del Ararteko dirigido al Parlamento vasco, son
aplastantes: las primeras formas de maltrato de los niños y niñas
transexuales se producen en su entorno familiar. Como yo había escrito
no hace mucho en un artículo dedicado a la transexualidad y la familia,
“es imposible imaginar un sufrimiento más cruel que el de un niño
rechazado por su propia familia, por unos padres que temen ver dañada la
dignidad familiar ante tal desgracia, unos padres a los que el niño
quiere sin reservas y de los que no puede esperar nada malo”. En la vida
de Mar se dan todos los componentes dramáticos que se pueden encontrar
en la vida de una persona transexual, el sufrimiento de una niña que
había de soportar los malos gestos, las amenazas, los golpes, la paliza y
el repudio de su padre.
A un lector desprevenido le podría extrañar que hubiera
tardado tanto en hacer la transición. Pero es necesario pensar que en el
periodo en que transcurre su infancia y su adolescencia no había
ninguna fuente de información accesible sobre la transexualidad. A ella,
que es la primera interesada, le duele el no haber podido reconocer
durante los primeros veintitrés años de vida su verdadera identidad. De
todas formas, a cualquiera que haya leído algunas historias de vida de
personas transexuales de aquellos tiempos, en que no había Internet y la
información brillaba por su ausencia, sabrá que era normal estar en el
limbo, como dice ella misma, mantenerse desorientada creyéndose
homosexual, porque entonces no se disponía de datos suficientes para
poder asumir su verdadera identidad.
Lo verdaderamente importante en su proyecto de vida fue la
forma en que asumió la realidad, con el entusiasmo que aceptó la
militancia en el Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria (MHAR),
la dignidad con que vivió durante ese tiempo, luchando por la liberación
de la sexualidad y por el derecho a que se pudieran manifestar
libremente todas las tendencias de la afectividad, así como la
honestidad con la que empezó a pensar, sentir y construir su vida.
Cualquiera que conozca cómo era la época de su juventud podrá acordarse
de lo complicado que era y el mérito que tenía vivir en pareja si no
funcionaba con todos los requisitos que habían de acompañar a un
matrimonio convencional. Y menos aún si la relación en pareja era
contraria a la norma heterosexual establecida y se mantenía contraria a
los rigores de la familia heteropatriarcal y comercial, como la denomina
Mar.
Creryl Chase fue la fundadora de la Asociación Intersexual
de América y un modelo de luchadora por los derechos de los
intersexuales. Hay un momento en que se decidió a romper el muro de
silencio con el que la habían encerrado y gritarle al mundo lo que había
vivido, el sufrimiento que había tenido que soportar por la ablación de
clítoris a la que se la había sometido siendo una niña. Durante un
tiempo se vio de pie en medio de una tormenta insoportable, llevando un
infierno dentro de sí misma, pero cuando todo parecía ser insoportable,
descubrió un cielo abierto, como dice ella misma, y un arcoíris en el
horizonte. En medio de la agonía empezó a ver síntomas de revitalización
y de renacimiento. Una nueva forma de ver la vida empezaba a anidar en
su corazón. Es más, en un artículo suyo famoso, añade que desde entonces
había visto esta experiencia de desplazamiento desde el dolor hacia el
empoderamiento personal vivida y descrita por otros activistas
intersexuales y transexuales. Y, en esto, la protagonista de este libro
es un auténtico modelo. Es una de las activistas en la que se puede ver
de una forma privilegiada este empoderamiento.
Su vida es un auténtico ejemplo de superación. A un largo
periodo de negación y de sufrimiento, viviendo en una especie de cárcel,
encerrada tras los barrotes invisibles de la exclusión y el estigma, le
siguió una etapa de esplendor. Nadie le ha regalado nada. No pudo
estudiar, la situación no se lo permitía, pero terminó convirtiéndose en
una activista con una gran fuerza y carisma, así como un talento
especial para el conocimiento de la teoría.
Es una mujer de acción. No cabe duda. Su sistema nervioso y
su vitalidad responden a los automatismos de ese tipo de persona que es
capaz de plantarse, pelear y conseguir lo que se propone. Pero lo que a
mí me llama la atención es que, siendo fundamentalmente una activista,
tiene una capacidad y una fortaleza mental suficientes para mantener una
gran coherencia teórica, combatir el discurso biomédico con las armas
de una teoría bien fundada y recurrir a los conceptos y argumentos con
el máximo rigor posible. Y son precisamente sus vivencias personales, su
capacidad teórica y su coherencia las que la mantienen con éxito en la
lucha contra el binarismo, contra la medicalización y la patologización
de la transexualidad.
Durante los últimos años, la hemos visto a través de la
prensa en una actividad frenética, luchando para corregir algunas
prácticas médicas que considera inaceptables, amenazando con una huelga
de hambre para que los partidos de izquierda asumieran un proyecto de
ley que es absolutamente necesario, exprimiendo sus recursos para luchar
contra la homofobia y la transfobia, programando y planificando
actividades para formar a las personas trans, preocupándose por los
niños y por los jóvenes transexuales, e incluso ahora en las páginas de
este libro la vemos sintiéndose orgullosa cuando ve que por fin estos
jóvenes pueden estudiar.
El discurso biomédico no ha dejado de repetir el modelo de
la sociedad heteropatriarcal contra el que lucha de manera frontal Mar
Cambrollé. No se pueden resignar los transexuales a aceptar el tópico de
tener una identidad mental y una identidad genital contrapuestas, de
ser mujeres atrapadas en cuerpos de hombre o ser hombres atrapados en
cuerpos de mujer. No tiene sentido seguir manteniendo el dualismo de dos
sexos y dos géneros, porque no hay una correspondencia entre el sexo y
el género, y porque a cada uno de los dos sexos no le tiene por qué
corresponder un género.
En la transexualidad no hay un error de la naturaleza. “Mi
cuerpo no está equivocado”, dice Mar Cambrollé. Y dando prueba de su
claridad teórica afirma, que el binarismo de género hombre/mujer o
femenino/masculino responde a una construcción cultural basada en un
sistema normativo asimétrico, jerárquico y excluyente, heteropatriarcal,
machista y de generización genital.
No son los genitales los que determinan el género. El
discurso biomédico es castrador en la medida en que ha tratado
sistemáticamente a la transexualidad como una patología. No se puede
seguir planteando la disforia o el trastorno como algo intrínseco a la
vida del transexual. El cuerpo no tiene por qué ir en contra de la mente
o el género. El testimonio de esta mujer de verdad es contundente y un
modelo para todas las mujeres y hombres transexuales. “¡Soy una mujer
con pene y soy feliz!”, dice sin dejar ni la más mínima sombra de duda. Y
lleva toda la razón, porque hay una diversidad sexogenérica manifiesta
en la naturaleza humana, que solo es negada por el molde del binarismo
cultural conservador. Hay hombres con pene y mujeres con vagina, pero
también hay mujeres con pene y hombres con vagina; hay personas que se
reconocen hombre y mujer y hay otras personas que no se consideran ni
hombre sin mujer.
Los tiempos están cambiando. No sé si el cambio será rápido
o lento, si será más o menos sereno o dramático. Pero hay muchos
indicios de que se está produciendo una transformación imparable en la esfera de la vida sexual,
tanto íntima como pública. La desconexión entre el sexo y el género ya
la habían propuesto las feministas desde hace tiempo. En la actualidad
hay un desplazamiento fundamental de la familia nuclear patriarcal. Ya
no sorprende tanto encontrar familias monoparentales, homoparentales y
transexuales.
Lejos del reductor y del homogeneizador parámetro binario
del sistema de género clásico, se ha abierto el abanico de las
identidades. En La transformación de la identidad, Anthony Giddens, uno
de los sociólogos de mayor prestigio de la actualidad, escribía: “La
‘justificación biológica’ de la heterosexualidad como ‘normal’ ha
estallado en pedazos. Lo que habitualmente se llamaban perversiones son
meramente formas en las que se puede expresar legítimamente la
sexualidad y definir la identidad del ego. El reconocimiento de diversas
proclividades sexuales corresponde a la aceptación de una pluralidad de
diferentes estilos de vida, hecho que constituye un gesto político”.
Y en este contexto, no cabe duda de que la lucha de Mar
está colaborando de una forma decisiva en la posibilidad de que los
transexuales tomen la palabra y de que exijan el derecho a la
autodeterminación que les corresponde.
*Catedrático de Filosofía jubilado
No hay comentarios:
Publicar un comentario