lunes, 6 de junio de 2016

CÁDIZ CON ORGULLO

Prólogo de Una mujer de verdad

Por Juan Gavilán Macías*


No le resulta fácil vivir a una persona, cuando es niña y adolescente, si se le niega la identidad, que es la base de la autoestima. Basta con leer algunos de los episodios de la infancia de Mar Cambrollé para saber cómo se trataba a los menores transexuales durante aquellos años oscuros. De entrada, el libro tiene el valor de ser un documento valioso para las personas que han vivido en condiciones similares, para conocer la vida de una persona con un valor y una fuerza inapreciables y como fuente de información para todos aquellos que se interesan por la transexualidad desde el punto de vista de la Psicología, la Sociología o la Antropología.

Los datos que nos encontramos en todos los estudios, incluido el informe del Ararteko dirigido al Parlamento vasco, son aplastantes: las primeras formas de maltrato de los niños y niñas transexuales se producen en su entorno familiar. Como yo había escrito no hace mucho en un artículo dedicado a la transexualidad y la familia, “es imposible imaginar un sufrimiento más cruel que el de un niño rechazado por su propia familia, por unos padres que temen ver dañada la dignidad familiar ante tal desgracia, unos padres a los que el niño quiere sin reservas y de los que no puede esperar nada malo”. En la vida de Mar se dan todos los componentes dramáticos que se pueden encontrar en la vida de una persona transexual, el sufrimiento de una niña que había de soportar los malos gestos, las amenazas, los golpes, la paliza y el repudio de su padre.

A un lector desprevenido le podría extrañar que hubiera tardado tanto en hacer la transición. Pero es necesario pensar que en el periodo en que transcurre su infancia y su adolescencia no había ninguna fuente de información accesible sobre la transexualidad. A ella, que es la primera interesada, le duele el no haber podido reconocer durante los primeros veintitrés años de vida su verdadera identidad. De todas formas, a cualquiera que haya leído algunas historias de vida de personas transexuales de aquellos tiempos, en que no había Internet y la información brillaba por su ausencia, sabrá que era normal estar en el limbo, como dice ella misma, mantenerse desorientada creyéndose homosexual, porque entonces no se disponía de datos suficientes para poder asumir su verdadera identidad.

Lo verdaderamente importante en su proyecto de vida fue la forma en que asumió la realidad, con el entusiasmo que aceptó la militancia en el Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria (MHAR), la dignidad con que vivió durante ese tiempo, luchando por la liberación de la sexualidad y por el derecho a que se pudieran manifestar libremente todas las tendencias de la afectividad, así como la honestidad con la que empezó a pensar, sentir y construir su vida. Cualquiera que conozca cómo era la época de su juventud podrá acordarse de lo complicado que era y el mérito que tenía vivir en pareja si no funcionaba con todos los requisitos que habían de acompañar a un matrimonio convencional. Y menos aún si la relación en pareja era contraria a la norma heterosexual establecida y se mantenía contraria a los rigores de la familia heteropatriarcal y comercial, como la denomina Mar.

Creryl Chase fue la fundadora de la Asociación Intersexual de América y un modelo de luchadora por los derechos de los intersexuales. Hay un momento en que se decidió a romper el muro de silencio con el que la habían encerrado y gritarle al mundo lo que había vivido, el sufrimiento que había tenido que soportar por la ablación de clítoris a la que se la había sometido siendo una niña. Durante un tiempo se vio de pie en medio de una tormenta insoportable, llevando un infierno dentro de sí misma, pero cuando todo parecía ser insoportable, descubrió un cielo abierto, como dice ella misma, y un arcoíris en el horizonte. En medio de la agonía empezó a ver síntomas de revitalización y de renacimiento. Una nueva forma de ver la vida empezaba a anidar en su corazón. Es más, en un artículo suyo famoso, añade que desde entonces había visto esta experiencia de desplazamiento desde el dolor hacia el empoderamiento personal vivida y descrita por otros activistas intersexuales y transexuales. Y, en esto, la protagonista de este libro es un auténtico modelo. Es una de las activistas en la que se puede ver de una forma privilegiada este empoderamiento.

Su vida es un auténtico ejemplo de superación. A un largo periodo de negación y de sufrimiento, viviendo en una especie de cárcel, encerrada tras los barrotes invisibles de la exclusión y el estigma, le siguió una etapa de esplendor. Nadie le ha regalado nada. No pudo estudiar, la situación no se lo permitía, pero terminó convirtiéndose en una activista con una gran fuerza y carisma, así como un talento especial para el conocimiento de la teoría.

Es una mujer de acción. No cabe duda. Su sistema nervioso y su vitalidad responden a los automatismos de ese tipo de persona que es capaz de plantarse, pelear y conseguir lo que se propone. Pero lo que a mí me llama la atención es que, siendo fundamentalmente una activista, tiene una capacidad y una fortaleza mental suficientes para mantener una gran coherencia teórica, combatir el discurso biomédico con las armas de una teoría bien fundada y recurrir a los conceptos y argumentos con el máximo rigor posible. Y son precisamente sus vivencias personales, su capacidad teórica y su coherencia las que la mantienen con éxito en la lucha contra el binarismo, contra la medicalización y la patologización de la transexualidad.

Durante los últimos años, la hemos visto a través de la prensa en una actividad frenética, luchando para corregir algunas prácticas médicas que considera inaceptables, amenazando con una huelga de hambre para que los partidos de izquierda asumieran un proyecto de ley que es absolutamente necesario, exprimiendo sus recursos para luchar contra la homofobia y la transfobia, programando y planificando actividades para formar a las personas trans, preocupándose por los niños y por los jóvenes transexuales, e incluso ahora en las páginas de este libro la vemos sintiéndose orgullosa cuando ve que por fin estos jóvenes pueden estudiar.

El discurso biomédico no ha dejado de repetir el modelo de la sociedad heteropatriarcal contra el que lucha de manera frontal Mar Cambrollé. No se pueden resignar los transexuales a aceptar el tópico de tener una identidad mental y una identidad genital contrapuestas, de ser mujeres atrapadas en cuerpos de hombre o ser hombres atrapados en cuerpos de mujer. No tiene sentido seguir manteniendo el dualismo de dos sexos y dos géneros, porque no hay una correspondencia entre el sexo y el género, y porque a cada uno de los dos sexos no le tiene por qué corresponder un género.

En la transexualidad no hay un error de la naturaleza. “Mi cuerpo no está equivocado”, dice Mar Cambrollé. Y dando prueba de su claridad teórica afirma, que el binarismo de género hombre/mujer o femenino/masculino responde a una construcción cultural basada en un sistema normativo asimétrico, jerárquico y excluyente, heteropatriarcal, machista y de generización genital.

No son los genitales los que determinan el género. El discurso biomédico es castrador en la medida en que ha tratado sistemáticamente a la transexualidad como una patología. No se puede seguir planteando la disforia o el trastorno como algo intrínseco a la vida del transexual. El cuerpo no tiene por qué ir en contra de la mente o el género. El testimonio de esta mujer de verdad es contundente y un modelo para todas las mujeres y hombres transexuales. “¡Soy una mujer con pene y soy feliz!”, dice sin dejar ni la más mínima sombra de duda. Y lleva toda la razón, porque hay una diversidad sexogenérica manifiesta en la naturaleza humana, que solo es negada por el molde del binarismo cultural conservador. Hay hombres con pene y mujeres con vagina, pero también hay mujeres con pene y hombres con vagina; hay personas que se reconocen hombre y mujer y hay otras personas que no se consideran ni hombre sin mujer.

Los tiempos están cambiando. No sé si el cambio será rápido o lento, si será más o menos sereno o dramático. Pero hay muchos indicios de que se está produciendo una transformación imparable en la esfera de la vida sexual, tanto íntima como pública. La desconexión entre el sexo y el género ya la habían propuesto las feministas desde hace tiempo. En la actualidad hay un desplazamiento fundamental de la familia nuclear patriarcal. Ya no sorprende tanto encontrar familias monoparentales, homoparentales y transexuales.

Lejos del reductor y del homogeneizador parámetro binario del sistema de género clásico, se ha abierto el abanico de las identidades. En La transformación de la identidad, Anthony Giddens, uno de los sociólogos de mayor prestigio de la actualidad, escribía: “La ‘justificación biológica’ de la heterosexualidad como ‘normal’ ha estallado en pedazos. Lo que habitualmente se llamaban perversiones son meramente formas en las que se puede expresar legítimamente la sexualidad y definir la identidad del ego. El reconocimiento de diversas proclividades sexuales corresponde a la aceptación de una pluralidad de diferentes estilos de vida, hecho que constituye un gesto político”.

Y en este contexto, no cabe duda de que la lucha de Mar está colaborando de una forma decisiva en la posibilidad de que los transexuales tomen la palabra y de que exijan el derecho a la autodeterminación que les corresponde. 

*Catedrático de Filosofía jubilado

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