lunes, 3 de abril de 2017

PODER MÉDICO Y CINE DE TERROR



La sabiduría de los cocodrilos


 Por Juan Argelina y Eduardo Nabal


Los estudios sobre el cerebro humano se han puesto de moda. Pero nosotros somos unos desertores de la madre ciencia. Por eso queremos explicar que los cerebros no son simples máquinas y que estudiarlos separados del resto del cuerpo es un absurdo típico de la clase médico-científica, presentándose siempre como aséptica cuando no como una ‘ciencia exacta’. 
Pero la cosa se vuelve complicada cuando se cae en el determinismo o en reforzar desigualdades. Así, ante nuestra estupefacción gente que estudia sexología busca libros sobre ‘El cerebro masculino’ o ‘El cerebro femenino’, como si las diferencias culturales no hubieran hecho también la historia de nuestros cuerpos y nuestras vidas, inscribiéndose en ellas como ideales regulatorios. Eso lo saben bien generaciones de transexuales o personas transgéneros que buscan, de una vez por todas, el fin de la patologización y el cuestionamiento de los binarismos de género. Huyendo de los manuales y las consultas.
También se dan explicaciones acerca de las enfermedades aludiendo a la falta de sustancias y eso es un saco sin fondo para las ganancias de la industria farmacéutica: a ti te falta serotonina, a ti te faltan endorfinas, a ti te sobra adrenalina, lo que se traduce en una industria farmacéutica sin fin. Deleuze hubiera nadado de felicidad o indignación en esta piscina de líquidos y glándulas que él llamaba ‘maquinas deseantes’, cuando todavía no era casi delito de opinión vincular el capitalismo con la esquizofrenia en vez de con la genética. Algo que empieza a volver, de forma más o menos solapada,  en los discursos médicos dominantes. 
En el filme Sin límites se dice que el ser humano solo utiliza una pequeñísima parte de su cerebro y para entretener al personal se nos obsequia con un sujeto que empieza a tomar sustancias para aumentar sus facultades, pasando de ser un escritor sin inspiración a un imparable tiburón de Wall Street. Mas interesante es La sabiduría de los cocodrilos, la única película del realizador oriental  Po-Chih Leong, un filme original y atípico que no se conoce mucho pero que está por encima de las típicas películas de miedo de usar y tirar.
Un momento  en el que Jude Law se buscaba a sí mismo y se encontró en papeles geniales como el obtuso y arrogante  Dickie de El talento de Mr Ripley o el amigo con discapacidad de Ethan Hawke en la distopía Gattaca, de Andrew Nichols, un filme lleno de connotaciones homoeróticas encubiertas y que especula también sobre una suerte de ‘eugenesia’ futurista en clave de aventura espacial. En ambas seducía sin importarle el sexo de aquellos a los que amaba o con los que se limitaba a jugar.
En el filme de Po-chih Leong, desde el principio casi sabemos que un jovencísimo Jude Law es un vampiro bastante sofisticado. Al ser médico puede proporcionarse algunas cantidades de sangre de sus pacientes, o sangre en el descongelador pero necesita más y más y las víctimas suelen ser mujeres jóvenes a las que seduce dándoles un número de teléfono que usa expresamente para su labor de caza y captura de esas víctimas que necesita para seguir viviendo. El violento comienzo, donde no obstante no vemos el accidente sino el resultado, contrasta con la frialdad de ese personaje que vive en una casa que tiene algo de moderno apartamento de confort y algo de museo de recuerdos de sus víctimas, a las que analiza cuidosamente, también retratos y libros  que pueden dar algunos indicios de sus actividades privadas.
 No sabemos si hoy día los médicos acomodados seducen a sus pacientes (como Antonio Banderas en La piel que habito) ni lo queremos saber, pero él no las recibe como ‘profesional de la medicina’  (trabaja en un hospital), sino como ese chico guapo y errabundo  que se encontraron por casualidad y con el que se sentaron a tomar un café.
En el filme, Law no está obsesionado con Lucifer ni se considera un ‘no muerto’ convencional, sino que su referente es la extraña e inquietante calma de los cocodrilos, su forma de llorar para atraer a sus presas, sus escamas para que parezca que nada les hace daño. Es dificil separar lo emocional, de lo social o lo biológico. El es médico, pero sobre todo un científico que estudia a sus víctimas, no las elige al azar. Al final morirá víctima de su propia sed, pero durante toda la película el espectador siente algo distinto al miedo o el suspense, la inquietud. 
Los cocodrilos, dice la ciencia, tienen muy poco cerebro pero no dejan  de ser los reptiles más grandes, con los colmillos más afilados y emparentados lejanamente a las aves. Y son extremadamente astutos para cazar a sus víctimas.  Antes que la ciencia siempre ha estado el arte, la historia, la política  y la conciencia.



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