lunes, 24 de abril de 2017

¿QUÉ FUE DE CURTIS HARRINGTON?



Solo los chicos buenos trabajan en Hollywood


Por Eduardo Nabal


Hay un viejo lema feminista que dice “Las chicas buenas van al cielo, las malas a toda partes”. Esto también es aplicable a algunos chicos del cine underground o de serie B de los años sesenta o setenta en el cambiante Hollywood del momento que fueron “malos” o, al menos, intentaron serlo, desde diversas formas de disidencia, algunas teñidas de esnobismo (Warhol y la Factory) otras de voluntad rompedora (Kenneth Anger, Jean Genet, Curtis Harrington, Barbara Hammer, Dennis Hoopper).

Las complicadas relaciones entre el cine de terror y cuestiones como la economía y sus crisis, el capitalismo y sus fases, la raza o el racismo, la mitología urbana y los cambios sociales en la esfera privada, el género, la diversidad funcional o, en este caso, las diversas formas de vivir la sexualidad no han sido, al menos por estos lares, estudiados con la suficiente vocación, menos aún en el ámbito académico español, salvo excepciones como Alberto Mira o Pilar Pedraza. Tampoco su relación con lo corporal como espacio de reinvención o cruce de saberes y poderes, de discursos, narraciones y fetiches, un fetichismo que remite a los viejos clasicos de James Wahle o a las películas producidas por Val Lewton como La mujer pantera o La séptima víctima, donde se aborda de forma pionera tanto el lesbianismo reprimido como las posesiones demoniacas en un entorno urbano.

A pesar de la lenta introducción de los estudios de género en algunas universidades, estamos muy atrasados. Si, efectivamente, existen ya algunas lecturas psicoanalíticas de Psicosis y Los pájaros, o feministas de Marnie, Julia  o Klute pero ya se nos caen de puro previsibles y repetitivas. También lecturas comunistas o anticomunistas de La invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegel, o El beso mortal de Aldrich. Dos filmes que han resistido el paso del tiempo sin dejar de ser casi icónicos del momento en el que fueron rodados, con sus códigos estéticos y un ambiente sociopolítico marcado por la guerra fría. Mundos urbanos malsanos o rurales cercanos a la hora de las brujas han adquirido significados cambiantes.

La conexión de las brujas con el diablo o la adoración a Satán da también lugar a posteriores equívocos de género igual que el papel de estas y la ciencia médica en la historia de la salud del pueblo en general, y las mujeres y minorías sexuales en particular. La historia de los años 60 y 70, la serie B y el nacimiento de los movimientos sociales en pro de los derechos civiles nos hace descubrir extrañas perlas en el océano del llamado ‘cine maldito’, o el emergente cine off-Hollywood, la serie B de calidad, hoy llamada ‘cine de culto’. Una generación surge harta de la guerra fría y los esquemas caducos. Un nombre misterioso surge de la entonces furiosa marea de las joyas de cine de terror de Serie B. Se trata de Cutis Harrington, que debutó en el largo 1961 con la sensible, visualmente cautivadora, aunque algo descompensada Night Tide, protagonizada por un jovencísimo Dennis Hooper (Easy Ride)  o una década después con la no menos perturbadora ¿Qué paso con Helen? o  la a la vez exquisita y atroz Aunt Roose (¿Qué fue de Tïa Rose), probablemente su obra maestra, ambas con una inmensa y madura Shelley Winters. Todas ellas protagonizadas por actores y sobre todo actrices en decadencia, inmersas en la particular inmersión de Harrinotng en el subgnero del grand guiñol inciado por Robert Aldrich por filmes como ¿Qué fue de Baby Jane, aunque Harrintong, ya  desde la delirante  The Queen of Blood se aventura a experimentar con las texturas del cine en color.

En algunas fotos, no sabemos si deliberadamente, da una imagen a la vez aniñada y fantasmal de sí mismo, como un muchacho introvertido pero nada inocente, utilizando ventanas o filtros para verse a sí mismo. Algo así como una nueva versión de los jóvenes tristes de los cincuenta, menos triste y con una belleza más insolente y bizarra, como las de sus mejores películas y algunos personajes masculinos de su obra. Leo en diversos sitios que fue o intento ser precursor del ‘new queer cinema’ de los noventa y que estuvo cerca del mundo satánico, sadomaso y Homocore de Kenneth Anger (que exaltó dentro de un esteticismo muy particular las subculturas fetichistas y S/M en sus filmes) igual que de las fantasías truculentas o góticas del prolífico Roger Corman, acercándose al universo literario de Edgar Allan Poe.

Corman también rodó una película ferozmente antirracista de bajo presupuesto llamada El intruso). Es curioso que Anger, que llegó a la cima de su cine más oscuro en la a ratos fascinante a ratos terrorífica o afectada Scorpio Rising, llena de connotaciones homoeróeticas y también S//M, acabase como cronista oficial de los vicios privados y las públicas virtudes de algunas ‘estrellas’ de su época. Cerca de su círculo casi satánico se movieron gente como James Dean, Sal Minero, John Lennon, Andy Warhol, Roman Polanski, Mia Farrow, Karen Black o Jack Smith, entre otros/as.

También Harrington y Dennis Hooper, que apareció en dos de sus filmes más famosos. Así como algunos de los primeros rockeros glam y  algunos de los beatnik más reevindicativos o extremos en sus propuestas éticas, políticas y estéticas.  Las ciencias ocultas desafiaban los dogmas de fe de la puritana Norteamérica de los ‘family values’ (con sus ya degradadas religiones oficiales) y a la vez constituían un extraño laboratorio para experimentar con cosas como el tarot, las drogas, el budismo, la contra-religión, los viajes o las llamadas prácticas sexuales alternativas. Y la sangre. La sangre en blanco y negro o en color solo se veía en determinados géneros como el cine negro o el melodrama. La sangre a borbotones vino a partir de la ducha de Psicosis, los ataques de Los pájaros o las andanzas de los vampiros en su evolución en la historia del cine desde Nosferatu a los vampiros byronianos, herzogianos, coppolianos o las vampiras, brujas, pitonisas y mujeres panteras sedientas de ese líquido tan especial.

La sangre cobró mucha vigencia a finales de los años ochenta y principios de los noventa a raíz de la pandemia del Sida, sus representaciones y, como diría Susan Sontag sus metáforas. De pronto había sangre contaminada, sangre inocente y sangre mezclada con semen y lágrimas. La necesidad de hacer prevención hizo que se volviese a repensar la sangre como fluido con connotaciones sociales. Aunque para entonces ya habían llegado los psicópatas carniceros de John Carpenter o los monstruos sedientos de carne nueva de Cronenberg por no hablar de los Zombis que se alimentan de carne humana en los populares filmes de Romero que refinaría su estilo en filmes como Martin, sobre un atormentado y joven vampiro en un entorno provinciano y asfixiante marcado por la beatería y la superstición.

Las películas de Harrington exceptuando su elegante opera prima, con algo de revisitación de Cat people, el ya clásico camp de Jacques Tourneur,-o, de otra manera, en la infravalorada La mujer en la playa de Renoir- no destacan por una calidad sobresaliente ni unitaria ni una producción de primera. También hay algo de ese halo de frontera entre la fantasía, la ilusión y la cruda realidad que encontramos en toda su potencia en la mítica Vértigo de Hitchcock, rodada en los paisajes de un San Francisco irreal, pre-Stonewall, misterioso e hiper-romántico. Si Night Tide decepciona es porque, a pesar de su elegancia formal, su argumento no está desarrollado con soltura, y su cuidada ambientación no compensa con una trama sólida. Tampoco los intérpretes están especialmente inspirados. Recordamos sobre todo la extraña poesía visual depositada en su primer filme y en algunos fragmentos de sus posteriores películas. Marea nocturna surgió al tiempo que otras rarezas del cine fantástico o de suspense psicológico  como El carnaval de las almas, Dementia o The inocentes del británico Jack Clayton, sobre Henry James, de diversas calidades y estilos.

Desde su primer filme, un texto abierto a lecturas varias y protagonizado por su amigo Dennis Hooper como un joven e inmaculado, ingenuo y algo inexpresivo marino que parece salido de La tempestad de Derek Jarman, locamente enamorado de una mujer aparentemente fatal, una sirena traída de Grecia, el realizador busco la rentabilidad económica en sus largos, sin dejar de hacer incursiones breves en el cine experimental y visualmente iconoclasta. No es casualidad que el protagonista sea un joven marinero al igual que lo son en algunos de los trabajos experimentales de su amigo Anger, que unía la sexualidad explícita con las exhibiciones de poesía y lirismo, así como a la atmosfera de sexualidades clandestinas de los EEUU en los sesenta, particularmente en las zonas costeras. En esa época los marineros que volvían de guerras o expediciones crearon progresivamente las primeras comunidades gays en San Francisco, o en la Costa Californiana, barrios en reforma que vieron nacer al autor de Marea Nocturna.

Harrington quiso seguir haciendo cine y abandonó la experimentación elegante y expresionista de su opera prima realizando algunas películas fantásticas y de terror de serie B en distinto grado, como las refinadas ¿Qué pasó en Helen? o, sobre todo, ¿Qué fue de tía Roo?, una versión poética, incisiva y perversa del cuento clásico de Hansel y Gretel con una inmensa Shelley Winters (oscilando entre lo terrorífico y lo patético) y reminiscencias de The night of hunter, en tecnicolor y solo comparable a títulos como A las nueve cada noche o El carnaval de las tinieblas, de Jack Clayton en su reconstrucción de los miedos de la infancia y las neurosis de la madurez, con una evocadora fotografía y paleta cromática de Desmond Dickinson. O la mas delirante The Queen Blood, que surgió de su admiración por obras más celebradas de la ciencia ficción, más atrevida, inquietante, rompedora o colorista, con ramalazos kitsch que van desde Planeta Prohibido a algunos títulos aislados de Richard Fleischer. Destinada al gran público pero con claves e iconos kitsch y camp que empezaban a adquirir doble sentido, adelantándose a la ciencia-ficción de Samuel Delaney o Úrsula K. Leguin.

En otros de sus filmes encontramos el eco de ¿Qué fue de Baby Jane?, de su admirado Robert Aldrich, autor de la lésbica y discutida El asesinato de la hermana George, reivindicada con reservas por Judith Hallbestram en su ensayo Masculinidad femenina. Es el caso de la inquietante ¿Qué pasó con Helen?, también protagonizada por unas inspiradas Shelley Winters y Debbie Reynolds, y que entra en los códigos entre el suspense, la asocialidad y la ironía del gran guiñol a la medida de viejas glorias, dando lo mejor de sí mismas.

Harrington se mueve en esos terrenos de inseguridad laboral en la meca del cine y desencanto existencial con la sociedad de su tiempo que tan bien retrató Allen Ginsberg en su mítico poema Aullido, que vuelve a estar de moda en la Europa de la “crisis” y los desahucios. No safe to work. Detrás de la orgía bisexual, la figura de Alistar Crowley, el mago-mago-entre los magos. Ecos satánicos. Deambulando por estos cines de barrio es donde pudo ver los clásicos del cine de terror más iconoclasta. La iconografía de su primer filme debe algo a Genet pero sobre todo a ese canto fetichista al cuerpo masculino del provocador Kenneth Anger con el que colaboró como actor en el filme gay underground son resonancias sombrías y transgresoras Inauguration of Pleasure Dome. El gusto de Harrintong por el cine de terror con grandes estrellas ‘en decadencia’ como Shelley Winters, Simone Signoret, Piper Laurie, Joan Crawford, Debbie Reynolds e incluso la mítica Gloria Swanson (Sunset boulevard)-rozando el ridículo pero sorteándolo con habilidad- nos refleja un mundo donde la diferencia sexual a la vez se sublima en la hiperfeminidad, en el rencor ante la soledad o el fracaso amoroso  o se difraza en modelos de masculinidades entre delicadas y atractivas, en ocasiones objetualizadas y en otras tentadas por cruzar algún margen entre lo que hacen y lo que se espera de ellos.

Su incursión en la ciencia ficción más kitsch se produjo con Queen of blood (aquí traducido prosaicamente por Planeta sangriento) donde una misteriosa, imprevisible y exuberante extraterrestre (cercana a la imagen de la moderna drag queen) siembra el terror en una aburrida estación espacial. Harrintong descubrió de joven su pasión por el cine más que en la universidad viendo las películas de Browning (Freaks. Muñecos infernales), Whale (La casa de las sombras) Tourneur (Cat People, I walked with a Zombie, Night of the Demon) Robson (Bedlam, La séptima víctima, El barco fantasma) o algunos títulos del expresionismo alemán que reflejan en sus luces y sombras los contrastes de una sociedad enferma.

Pero Harrintong en las antologías de los cinéfilos de terror de culto rara vez aparece como un precursor, a su manera, del new queer cinema de Haynes, Greyson o Jarman, sino como un autor de delicias del terror de serie B tirando a palomitero, que gustan precisamente por su imperfección, igual que algunas comedias negras de William Castle (Homicide, Lucy Harbin) o algunos dramas cercanos al fantástico de serie B de Freddie Francis (Doctor Terror), Terence Fischer, Basil Dearden, Mario Bava o Darío Argento. De aspecto tímido y menudo Curtis Harrintong (actor y director) no triunfó como gran autor aunque consiguió conjugar el cine de miedo, que siempre daba buenos resultados en taquilla, con una forma bizarra y hasta algo perversa de entender las relaciones humanas. Fue asesor de Bill Condon en el filme Dioses y monstruos sobre la ordalía homofóbica que tuvo que sufrir el mítico James Whale (amigo personal de Harrintong y director de Frankestein y La novia de Frankestein) en el puritano Hollywood de los años treinta. Whale como Anger, Castle y Hooper estuvo en el círculo entre oculto y desinhibido donde se movió Carrington como cineasta francotirador y hombre gay en busca de nuevas formas de expresión del deseo y la mirada homoerótica, muchas veces sublimada en argumentos destinados al cine de masas, de terror a la mode o la serie B, lo que limitaba el presupuesto pero favorecía la libertad creativa.

La parte central de su carrera se sitúa entre los sesenta y los setenta donde realiza algunos filmes de horror o suspense con bastante ritmo o colabora en proyectos con sus amigos y entonces icónicos Anger, Dennis Hooper, George A. Romero (que realizó la fascinante y refinada Martin) o Roger Corman, adaptador muy personal de la obra de Poe, obteniendo, como después Cronenberg o Carpenter, lo mejor o más atractivo de pequeños presupuestos, con la productora American detrás. Harrintong mostró grandes mujeres a las que la madurez las ennoblecía, jóvenes de ambos sexos con relaciones extrañas, sobre todo ese núcleo familiar blanco, civilizado y heterosexual en el que Harrintong, como Genet o Anger, en el que fue un proscrito de lujo, un niño malo con cara de bueno y talento desobediente. Un ambiente –la familia estadounidense- que llenó de fantasmas, amenazas, sangre y crímenes, no dejando nunca de lado el humor negro.

En Tía Roo encontramos una de sus películas mas equilibradas entre el fondo y la forma. en la que Harrintong, sin demasiados aspavientos, logra mostrar el lado mas perverso de los cuentos de hadas adelantándose a títulos como En compañía de lobos o Déjame entrar.  Algunos de sus filmes contienen parte de esa carga combativa que vemos en algunas películas protagonizadas por Jack Nicholson, aunque la mayoría se pliegan a algunas convenciones del cine de terror y fantasía en transición con algunos apuntes homo, kitsch o camp, que incluyen la participación de ‘viejas glorias’ y la crueldad en el seno del núcleo familiar en su versión tradicional.
 
El realizador de Night Tade, ¿Qué le pasa a Helen? y Aunt Roo no llegó nunca al exhibicionismo gay y fetichista con ribetes satánicos de moda en la época y que tanto llamaron la atención sobre el cine surreal o hiperrealista de Kenneth Anger, pero nos coló pequeñas joyas del cine de miedo aparenemente convencional-comercial llenas de elementos no convencionales y con irónicos puyazos a la Norteamérica conservadora y sus fantasmas.

Miradas inocentes y miradas perversas que se cofunden bien sea en cuentos para niños a los que se ha devuelto su carga terrorífica o fabulas sexuales y fantasmagóricas sobre juventudes sin suerte que devienen en grandes figuras construidas sobre el dolor, la pérdida o el resentimiento, además de un extraño entendimiento con el más allá. En este sentido Martin vence a Harrington y su evocadora Night Tide, aunque creo que ni el uno ni el otro podrían haberse intercambiado al realizar sus obras mas perturbadoras y, curiosamente, las menos cercanas al gran guiñol y de las menos  truculentas, inquietantes, sangrientas, lúgubres, sensuales o aterradoras. 
 
Harrintong, maravilloso como creador de imágenes a pesar de argumentos pedestres o insustanciales, abrió el campo a la revisitación del masculinísimo género de la ciencia ficción hacia la distopía subversiva que encontramos en filmes como La noche de los muertos vivientes, el primer Cronenberg, o la ciencia ficción que cuestiona los roles de género como Alien, o el musical trans y frankesteniano Rocky Horror Picture Show, un delirio camp convertido en objeto de culto del realizador Jim Sherman. 

Carrington, que consiguió acercar el cine de miedo de los auto-cines a los bares, los disfraces especiales a la imaginería trans, sigue siendo una figura enterrada en la historia, incluso en la historia de los amantes del cine de terror de la época o de la serie B más rimbombante. Con su aspecto taciturno, que recuerda a imágenes oníricas de la cineasta experimental Maya Deren, Harrington murió en el 2007 por complicaciones cardiovasculares. Su biografía, publicada en el año 2013 y sin traducción al castellano se tituló irónicamente Solo los chicos buenos trabajan en Hollywood. Que parece resumir su postura ambivalente hacia una industria, un país, un modelo socioeconómico y los fantasmas de  una época.

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