jueves, 20 de abril de 2017

REPRESENTACIONES CINEMATOGRÁFICAS DEL TRABAJO SEXUAL



¿El oficio más antiguo, en la gran pantalla?


Por Eduardo Nabal



Es difícil hablar de la historia del cine en relación con la prostitución, aunque no imposible. Complejo porque el terreno de la censura y el eufemismo han dominado durante muchas décadas. Aún hoy el tema del trabajo sexual sigue causando encendidos debates dentro del movimiento feminista y posturas cerriles incluso dentro de los grupos de izquierdas. Pero la visibilidad de este colectivo en la literatura y el cine ha sido bastante compleja aunque, como dice Monste Neira, casi siempre las prostitutas acababan mal o redimidas.

Ella pone un ejemplo excepcional, como es el caso de la protagonista de El lado oscuro del corazón del recién fallecido, de Eusebio Subiela. El llamado oficio más antiguo del mundo, como bien explica Judith Walkowicz en su maravilloso libro La ciudad de las pasiones terribles, se perfiló, tal y como lo conocemos ahora, con el nacimiento de las modernas ciudades industrializadas, el auge de la familia burguesa y la figura del pánico moral. La prostituta, como el mendigo, o el ladrón, o incluso el secuestrador, aparecen en los márgenes de las grandes ciudades como catalizadores de ansiedades personales y colectivas que causan temor y fascinación.
El control sobre la sexualidad femenina, la heterosexualidad obligatoria y la familia nuclear contribuyen al estigma sobre las prostitutas que deciden serlo, al tiempo que surge otra rama de mujeres que son forzadas a ello por intereses económicos. De cualquier modo, como en el caso de ‘maricón’ o ‘bollera’, el insulto precede a la persona, al individuo, al sujeto y, en el caso del cine, el estereotipo se adelanta al personaje. Así vemos a Vivien Leigh sobreviviendo a la guerra en El puente de Waterloo, pero condenada a una muerte desdichada, o a la misma actriz encarnando a la mítica Blanche DuBois de Un tranvía llamado deseo, una maestra con graves problemas psicológicos que busca compañía masculina en el ‘Hotel Pelícano’.
Pero ya antes personajes secundarios como el que encarna Angela Lasbury en El retrato de Dorian Gray, o algunas mujeres de películas realistas o neorrealistas de Renoir o Pasolini (Mamma Roma), nos han acercado a retratos más veraces y humanos de mujeres que recurren a la prostitución cuando se ven abocadas a la periferia del mercado laboral.
Vemos a una prostituta que parece disfrutar de su oficio en Irma la dulce, de Billy Wilder, pero el fin redentor de “su hombre” y el tono irreal, cómico y teatral del filme no lo hacen legible en este sentido. Los códigos de censura hasta bien entrados los sesenta no permitían otra representación de las prostitutas ni los prostitutos (ahí tenemos Cowboy de medianoche o algunas adaptaciones de obras de Tennessee Williams como pioneras en la aparición de los ‘chaperos en la gran pantalla’). Holly la protagonista de Desayuno con diamantes, de Blake Edwards, ejerce una forma apenas disfraza de la prostitución, al igual que la madre de James Dean en Al este del Edén, o la joven Natalie Wood de Propiedad condenada, de Sidney Pollack.
Los hombres que se prostituyen también aparecen, aunque de forma aún más solapada. Los dandis de Wilde, los chaperos de Gus Van Sant, los vaqueros que han perdido el oeste empiezan a transitar las ciudades de los años sesenta, setenta y ochenta hacia adelante. También los y las transexuales que, ocasionalmente, ejercen el oficio hacen su aparición de la mano de realizadores tan dispares como Almodóvar, John Waters, Ventura Pons, Fassbinder o, con posterioridad, Bruce LaBruce y John Cameron Mitchell. Directores como Ozon, Lange (Le chanteur) o Téchiné nos muestran que no todos ni todas las prostitutas lo son por el mismo motivo, aunque lo urbano y la emigración o inmigración suelan estar presentes en algunas biografías. Algunos filmes destapan que tras las posturas abolicionistas se ocultan intereses económicos y discursos moralistas, sobre todo en el campo del documental, como es el caso de Ocaña o, en menor medida, 20 centímetros, de Ramón Salazar, aunque hoy nos parezcan filmes muy discutibles.
El postporno ha reivindicado en filmes de poco presupuesto la figura del trabajador o la trabajadora sexual más allá del estigma o el morbo sensacionalista, de cara a una deconstrucción ‘queer’, autoreflexiva y paródica (LaBruce) del placer, sin dejar de reivindicarlo, más allá de la mirada heteropatriarcal.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario