La genitalidad está sujeta a la norma –heterosexual-
de la sociedad –patriarcal- en la que vivimos. La heteronorma dictamina una
única y posible sexualidad: la de los genitales masculinos reducidos al pene y
los genitales femeninos reducidos a la vagina. Pene y vagina: la gran metonimia
del heteropatriarcado.
La
pornografía es la espina dorsal del imaginario sexual colectivo y, entre otras,
refuerza la idea de que la penetración pene/vagina es lo que define si una
relación sexual es o no completa. En realidad, si nos ceñimos a la dictadura
pornográfica, la relación sexual está completa cuando él se corre[1]. No
estamos contando nada nuevo, solo visibilizando una serie de características
incuestionables del sexo que, insistimos, se centralizan en esa simplificación
dicotómica de los aparatos genitales masculino y femenino -como si todos
hubiésemos sido fabricados en serie y nuestros cuerpos cumpliesen con una
clasificación perfecta: mismos coños, mismas pollas-.
Aceptar la dicotomía
sexual expuesta en estas líneas es anular, invisibilizar, condenar o
patologizar -según desde la perspectiva en que se mire- a todo el abanico
posible de prácticas, identidades y relaciones sexuales de las que gozamos los
seres humanos en general y los sujetos considerados mujeres en particular. El
aparato genital femenino[2] es reducido al conducto vaginal que, por otro lado,
solo tiene derecho a existir en dos supuestos: como receptor del pene
-metonimia del placer sexual masculino- o como conducto de salida de nuevos
seres humanos. Y, en el caso remoto de considerar la vagina como fuente de
placer femenino, habrá que hacerlo siempre en relación al varón y su polla.
Todo lo demás es cosa de locas o de putas, o de putas locas.
Soy
lesbiana. Soy mujer, como dice la Ziga[3], “por prescripción médica”, y no soy
heterosexual. Soy, a ojos del heteropatriarcado, un ser asexual y probablemente
inútil (cuántas veces tenemos que escuchar eso de “qué chica tan mona, que
lástima que sea lesbiana”). Mi vagina no provee de placer a ningún
hombre/polla. Mi vagina tampoco ha parido y es probable que no lo haga:
inseminarse es caro, un proceso durísimo al que desde mi condición precaria
como sujeto otro[4] no puedo someterme. Os confieso más. Mi vagina, en
realidad, poco placer me suministra. Mis orgasmos son clitoridianos. Mis pechos
bien estimulados son capaces de hacer que me corra. Mis pies provocan
auténticas descargas orgasmáticas en todo mi cuerpo. Me gusta que me follen por
el culo, y más si lo hacen con un plug
agarrado al tórax. O a la pierna. O sujetado entre los dientes.
Mi
sexualidad, a ojos del heteropatriarcado, es nula, invisible, inmoral o
patológica. Pero mi sexualidad, le pese a quien le pese, existe. Es real.
En
1973 Monique Wittig decía algo así como “las lesbianas no son mujeres”[5].
Quería decir que si la categoría mujer como constructo social solo es posible
junto/frente/más-bien-bajo a la categoría hombre, las lesbianas tienen la
capacidad de ser “otra cosa”. Sin embargo para hacer esta afirmación apartó
Wittig otros muchos factores que construyen la categoría mujer, porque no solo
somos mujeres por contrato sexual con los hombres. Existen contratos
familiares, emocionales, laborales…, en definitiva, formamos parte inexorable
de un contrato social vitalicio desde el momento mismo de nuestro
nacimiento.
Otra de las dictaduras propias del ser mujer[6] es el
amor romántico: “sin ti no soy nada”, “soy la mujer de tu vida”, “eres mi
vida”, “sin ti me falta el aire”…
¿Estaríamos las lesbianas, por el hecho
simple de no amar a un hombre/polla, libres del yugo del amor romántico? La
experiencia nos dice rotundamente que no. En algunos casos incluso se combina
un doble amor romántico que resulta tortuoso y fatal para las amantes,
alejándolas de toda vida social y, sobre todo, de toda vida propia. A las
relaciones ya no emocionales, sino sexuales de las lesbianas les puede suceder
algo parecido: en este caso, doble sexo romántico. Los estereotipos siempre
tienen algo de verdad, el sexo vainilla que se presupone a las lesbianas se
fundamenta, sencillamente, en la doble categoría sexual mujer. Mujer como
receptáculo pasivo del placer del otro. Sexo pasivo+sexo pasivo= sexo
invisible.
Para
nuestra sociedad existen dos estereotipos claros de lesbiana: las de verdad,
que son feas, raras, machotas, y visten ropa ancha, y las del porno comercial,
que todos saben que son unas putitas insaciables.
Pero como sucede con
cualquier estereotipo, sólo hay que profundizar un poco para encontrar multitud
de casos que lo contradicen. Cualquier lesbiana que haya sido construida como
mujer, y esto es aplicable, por supuesto, a mujeres no lesbianas, tiene la
posibilidad de deconstruirse como tal. Solo hace falta posicionarse
críticamente frente al papel que nos ha sido asignado y grabado a sangre y
fuego, solo colocarse frente a una misma, reconocer los mecanismos y
microestructuras que nos posicionan en casilleros clasificatorios inamovibles
de sexo, género e identidad sexual. Solo, revelarse frente a las fronteras,
cruzarlas, reventarlas… para reconstruirse después.
La necesidad de construir
una sexualidad propia que ningún libro, manual, clase de educación sexual o
imagen pornográfica nos enseña nos sitúa de base en un lugar otro. En mi caso,
mi genitalidad no tenía sentido porque no era penetrable, no al menos de manera
voluntaria. Nunca estuve más cerca de la afirmación de Wittig: ahí, en lo más
básico, en el reconocimiento del propio cuerpo, todas las estructuras
aprehendidas dejaron de tener sentido.
El feminismo pro-sexo y la práctica
postpornográfica nos permiten crear nuestra propia sexualidad[7]. Para algunas
el camino será más sencillo que para otras, pero en cualquier caso gozar de una
sexualidad propia es más que posible.
Una
de las herramientas con las que contamos las lesbianas es con la
descontextualización de los genitales. Nuestras vaginas dormidas, consideradas
en un primer momento una condena a la nada, se convierten en el motor de la
creación, el acicate de la autoexploración y el autoconocimiento. Descubrimos
que tenemos clítoris, a veces desde el primer encuentro sexual -frente a muchas heterosexuales, algunas
incluso desgraciadamente no llegan a enterarse nunca-. Gozamos del sexo oral, o
de la piel como órgano sexual más extenso. Nuestras manos pueden ser los dildos
de carne más eficaces, y nuestras pollas de plástico prótesis omnipresentes que
se desplazan de la rodilla a la pelvis, de la cadera al esternón.
La sexualidad
lesbiana que se deconstruye alejándose de su supuesto mujer y se construye
desde la libertad creativa, es una firme herramienta contra-sexual[8] capaz de
reventar, a golpe de cadera, el binomio genital pene/vagina: la gran metonimia
del heteropatriarcado.
NOTAS
[1] Afirma Ruiz: “Por regla general, termina
apareciendo un hombre en escena, simbolizando la consumación de un episodio
sexual que se encontraba a medias hasta la llegada de este tercer elemento
repleto de la supuestamente necesaria testosterona.” RUIZ, P. Y MORENO, E. Tu dedo corazón. La sexualidad lesbiana:
imágenes y palabras, Ed. Egales, Madrid 2008. P.31.
[2] Suponiendo que el aparato genital femenino,
fuera de la clasificación biocientífica, existiera. Para profundizar acerca de
la genitalidad que escapa a la dicotomía masculino-femenino, consultar Cuerpos Sexuados de Anne Fausto-Sterling
(Melusina, 2006).
[3] Itziar Ziga es autora de Devenir Perra (Melusina, 2009), Un
Zulo Propio (Melusina, 2010) y Sexual
Herria (Txalaparta, 2011).
[4] Sobre la precariedad de los sujetos
“otros”, véase BUTLER, J. Performatividad,
precariedad y políticas sexuales. AIBR, Revista de Antropología
Iberoamericana. Vol. 4, Num. 3. 2009.
[
5] WITTIG, M. El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Ed. Egales, Madrid
2006. Pp. 34-35.
[6] En 1949 Simone de Beauvoir escribía “No
se nace mujer, se llega a serlo”. Esta afirmación de la autora en su obra El segundo sexo es uno de los pilares
del pensamiento feminista desde los años 50 hasta hoy; de ahí que utilice la
expresión “ser mujer” en cursiva.
[7] Una visión amplia y muy completa acerca
del feminismo pro-sexo y la práctica postpornográfica se puede consultar, por
ejemplo, en los documentales Mutantes
de Virginie Despentes (PinkTV/Morgane, 90’ color, 2009) y Mi sexualidad es una creación artística (miniDV, 45’, color,
Barcelona 2011) de Lucía Egaña Rojas.
[
8] Ver PRECIADO, B. Manifiesto contra-sexual, Ed. Ópera Prima, Madrid 2002.
* Este artículo fue originariamente publicado en el nº 7 de la Revista Bostezo.
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