jueves, 15 de septiembre de 2016

ARMARIOS DE CINE

Nadie conoce a nadie

 

Por Eduardo Nabal 

 

Cuando Gus Van Sant terminaba su biopic Mi nombre es Harvey Milk encontró miles de voluntarios y extras para la secuencia de la manifestación final en el barrio el Castro. Mateo Gil, hoy director de western crepusculares, antiguo compañero de aventuras fílmicas de Alejandro Amenábar, necesita pagar a los extras para una secuencia de fondo de la manifestación del orgullo gay que es tan circunstancial o mucho más que la Semana Santa de Sevilla de su thriller Nadie conoce a nadie.


            Nadie tiene que ser comprometido o activista por obligación, porque luego es un fraude. Pero señor Amenábar and Company, después de apedrear a Hypatia, debería usted tener en cuenta que cineastas como Villaronga, Pons, Garay o el hoy vilipendiado Almodóvar y los ‘manifestantes de verdad’ de Madrid y Barcelona allanaron su camino para salir flamante en la portada de la revista Zero vestido de Armani. Y aunque sus primeras películas lo delaten (con sus fantasías homoeróticas y sadomasoquistas disfrazadas) ha preferido los fantasmas a los gays, los asesinos en serie a las causas sociales, todo muy respetable. Lo cual no deja de  llamarse alusión por omisión. Su músico y antiguo amigo (compañero de fatigas) Mateo Gil busca ahora gente que dé el pego para una mani LGTB, no sabemos si escenario de una persecución, un tiroteo a la vieja usanza o una aparición mariana...


            Sinceramente, en tiempos de ‘crisis’ no es fácil decirle a nadie "pasen del señor Mateo Gil" y renuncien al aguinaldo, pero uno se queda con las ganas. No porque tenga nada personal contra él ni sus películas sino, más bien, porque entre el cine español hay todavía una confortable insolidaridad y una tendencia al armario como institución en la que no solo no está mal vista la falta de compromiso sino en la que, incluso entre algunos profesionales jóvenes, si hace falta y es más discreto ‘Nadie conoce a nadie’.
  

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