martes, 13 de septiembre de 2016

CIBERACOSO

La red como aliada de la homofobia y la transfobia

 

Por José García

 

Hace unas semanas me sobrecogía la desesperación del responsable de una web gay que, debido al intenso ciberacoso que venía padeciendo, había decidido dejar de publicar sus post y cerrar su página. No quisiera revelar la identidad de este chico que ha decidido batirse en retirada. Pero podría mencionar muchas otras personas que, nada más que desde el último Orgullo, hemos sido amenazadas y acosadas por motivo de nuestra condición homosexual o transexual y por la actividad política y/o profesional que desarrollamos dentro del campo de la defensa de los derechos civiles. Personas que, a pesar de ello, hemos decidido continuar con nuestra labor. Sin ir más lejos, se me ocurre el caso del periodista David Enguita, la diputada Carla Antonelli o los propios editores de este blogozine, como ilustra la fotografía adjunta.

            La homofobia y la transfobia han asimilado las tácticas de las organizaciones criminales y hoy son ya demasiados los gays, lesbianas y transexuales en este país que vivimos amenazados. El ciberacoso al colectivo lgtbqi se ha marcado un objetivo muy claro: la cancelación de la voz, de la libre expresión de las ideas, de la presencia de gays, lesbianas y transexuales en las órbitas donde se conforma la opinión pública. “Cállate ya, puta”, decía uno de los tweets que recibió Antonelli. “Encima tengo que aguantarte en mi casa narrando como todos los hijos de puta mal nacidos de las maricas celebráis un día”, le escribieron a Enguita por WhatsApp. “Te voy a hackear ese blog de maricones que tienes”, nos escribió por el Messenger de Facebook a cuerposperificosenred nuestro acosador particular.

            El ciberacoso homofóbico y transfóbico casi siempre implica algún tipo de amenaza, pero esta nunca aparece desnuda, se mezcla con consideraciones, fundamentalmente, en torno al cuerpo y la práctica de la sexualidad gay, lesbiana y trans, con enunciaciones que buscan con toda claridad humillar y vejar a las víctimas: “Siendo un come pollas como eres además de un sidoso asquroso no sé cómo te atreves a ir por la calle tan subido”, le decían, por ejemplo, a Enguita. Lo peor es que este tipo de acoso, propiciado por tecnologías que permiten la intromisión violenta de los acosadores en el espacio íntimo de sus víctimas a través de sus diferentes cuentas en las redes sociales, se ejecuta también en las tácticas de acorralamiento psicológico que muchos niñas y niños protoqueer padecen en la escuela. Y estos tienen muchos menos mecanismos de autodefensa, como revelan las cifras de suicidio infantil y adolescente.

            Un tétrico panorama que eleva serias cuestiones al debate público. La primera tiene que ver con esas dos actitudes antitéticas que se refieren a lo que se ha dado en llamar la ‘tecnofilia’ y la ‘tecnofobia’. La activista feminista gorda Lucrecia Masson afirmaba hace solo unos días en este blog que “internet facilita el experimentar nuevas formas de acción política. Activismos transfronterizos y decoloniales”. Pero la experiencia demuestra que las posibilidades de la red no son siempre tan benignas. Cuando se sufre un ciberacoso homofóbico o transfóbico, se entiende mejor lo que Donna Haraway intentaba exponer en 1991, cuando aún no había eclosionado la Web 2.0 y el sistema de redes sociales, y ya nos hablaba de unas ‘informáticas de la dominación’: “Vivimos un cambio desde una sociedad orgánica e industrial hacia un sistema polimorfo de información, desde el trabajo al juego, un juego mortal. Simultáneamente materiales e ideológicas, las dicotomías pueden ser expresadas (…) desde unas dominaciones jerárquicas confortablemente viejas hasta las aterradoras redes que he llamado las informáticas de la dominación”. En estos juegos de dominación, el único límite del poder puede ser el asesinato o el suicidio, como nos aventuraba Foucault y como demuestra casos como el de la estudiante gijonense Carla Díaz Magnien, que se quitó la vida hace dos años como única vía de escape al acoso lesbofóbico a que la sometían dos compañeras del colegio, que ahora han sido condenadas a la pena irrisoria de cuatro meses de trabajo socioeducativo.

            Irrisoria, o no. Porque esta es la segunda cuestión que eleva todo este paisaje de homofobia y acoso en la red: si gays, lesbianas, transexuales seríamos más libres en una sociedad más punitiva. Que creara nuevos tipos delictivos a cargo del odio rampante hacia nosotros que se promueve desde distintas instancias eclesiásticas, culturales y educativas. Que de verdad persiguiera a quienes ejecutan esas “dominaciones jerárquicas confortablemente viejas” a las que aludía Haraway.

            En consecuencia, priorizar las medidas punitivas en las leyes contra la lgtbqifobia que se están intentando impulsar en los distintos territorios que conforman el estado español es, en cierto modo, la aceptación de un fracaso. La aceptación de que, impedidos para intervenir en el ámbito educativo, laboral, cultural a causa de la acción de los grupos ultrarreligiosos y ‘familiaristas’, solo nos queda ampararnos en una justicia eminentemente punitiva para evitar ser silenciados o extinguidos del espacio público. Que debemos aceptar, finalmente, un poder que vigile y castigue.

            Además, al margen de consideraciones ético-políticas, la profusión inconmensurable de este maremágnum de amenazas y prácticas discursivas vejatorias nunca harán posible que esta máquina punitiva resulte verdaderamente ‘eficaz’, por utilizar un término muy propio de las sociedades capitalistas. Si no podemos intervenir desde la educación, la cultura y los derechos civiles, habrá que organizar la autodefensa. Una idea que ya se está desarrollando entre las comunidades afectadas cuando se trata de agresión puramente física, pero que debe aún ser pensada para el acoso virtual. Antes de que deje de ser virtual.




No hay comentarios:

Publicar un comentario