viernes, 2 de septiembre de 2016

PRIMAVERA ÁRABE

La Revolución del Jazmín hoy

 

Por Eduardo Nabal

 



Un breve libro de Tahar Ben Jelloun, uno de los grandes escritores marroquíes de las últimas décadas, con reconocimiento internacional, se llama La primavera árabe y hace un repaso por países a la situación sociopolítica cambiante de los lugares que se unen, a veces, un tanto a la ligera (sin tener en cuenta sus peculiaridades) bajo el denominador común de ‘países islámicos’. La mezcla entre política, religión, cultura y costumbres es efectivamente muy marcada en estos lugares, pero no podemos negar sus diferentes singularidades, menos aún, teniendo en cuenta los continuos cambios gubernamentales, las guerras o revueltas y la diferente trayectoria histórica de todos ellos. Un tema que se acentúa con los conflictos bélicos que les enviamos, los ejércitos armados por los colosos  y que vuelven a nosotros en mareas de refugiados.
A pesar de la masacre, la desvergüenza occidental, la falsa caridad  y el olvido en algunos países, la primavera árabe sigue adelante. Una serie de cambios, también en la esfera social y “privada”, que ha hecho surgir, con un exceso de optimismo, una suerte de movimiento de emancipación desde dentro, sin esquemas importados, un movimiento en el que en la cuestión del género y las sexualidades sofocadas por el fanatismo religioso o la estructura familiar patriarcal ha creado también el término de ‘La revolución del Jazmín’, con nombres tan dispares como el cantante libanés Hamed Sino, la cineasta libanesa Nadie Labaki (Caramel), el escritor marroquí Abdelá Taia (Infieles), la novela egipcia  El edificio Yacobián (denunciando la endogamia y la especulación inmobiliaria en la zona)  o los primeros grupos de mujeres que han hecho frente tanto al machismo de sus sociedades como al proteccionismo o la prepotencia del mundo occidental, que muchas veces los reduce a la caricatura, sea en forma de áridas polémicas en torno al  burkini o de otras formas de maternalismo/paternalismo sin matices.
De Marruecos, generalmente, cuando es posible, con destino a Francia o España, encontramos voces nuevas que aman contra un fundamentalismo que se refuerza por la presión imperialista, el racismo creciente en los países maltrechos de la Europa de nuestros días y las costumbres sociosexuales o la escasez de oportunidades laborales continuas en su país de origen, además de la acogida con vallas eléctricas y cuchillas cerca de un centro de internamiento o de lanchas que naufragan. Gobernados por una monarquía despótica y absurda, Marruecos nos ha ofrecido nuevas visiones como la escritura de Abdelá Taia con libros como Una melancolía árabe y su debut en el cine con Salvation Army así como un legado airado que se remonta a la narrativa autobiográfica del recién reeditado Mohamed Chukri (El pan desnudo, El pan a secas, Tiempo de errores, Jean Genet en Tánger) y su lucha por la supervivencia en un entorno marcado por la pobreza y fuera la violencia dentro y fuera de la familia.  Quedan lejos los tiempos en los que escritores y artistas famosos de diferentes países iban a Tánger o Marrakech en busca de nuevas experiencias vitales, culturales o sexuales. Por allí pasaron los Bowles, Capote, Burroughs, Williams pero eran momentos de un espejismo colonial y de libertad pasajera. Especialmente significativo es el testimonio de Genet que cuenta su periplo por la Palestina en guerra, su  indignación ante la invasión de Sahbra y Chatila, también sus amores y alianzas con jóvenes de la zona. 
Las diferencias entre  países son muy diferentes en cuestiones sociosexuales, pero si en los países más religiosos se practica incluso la violencia institucionalizada contra el colectivo LGTB, en otros más cercanos y/u occidentalizados se practica una suerte de doble moral, o “nadar y guardar la ropa”, que propicia fenómenos como mafias, exilio, redes de prostitución clandestina o cruce desesperado de fronteras, reales o imaginarias. Muchas veces hacia países  que ofrecen mundos imaginarios o solo accesibles a gente con un determinado estatus socioeconómico. Marruecos, como otros países árabes, a pesar de discretos y progresivos avances, sigue siendo un país mayoritariamente dominado por oligarquías financieras muchas veces ligadas a la monarquía dominante, las fuerzas religiosas  o a  espurios intereses internacionales, que, en ocasiones, los pone en el blanco de la presión internacional o las guerras imperialistas patrocinadas especialmente por EEUU . La riqueza cultural suele reaparecer en Francia u otros países para los que pueden cruzar la costa buscando la libertad frente a costumbres violentamente arraigadas, como el velo forzoso a las mujeres, la heterosexualidad obligatoria o los matrimonios de conveniencia.
Abdelá Taia, a punto de estrenar su primera película, ha sido de los primeros intelectuales jóvenes en mostrarse públicamente gay en una sociedad regida por esquemas patriarcales y costumbres irracionales que, si bien se parecen mucho a las nuestras, se aplican, todavía, con más violencia y menor contestación. Como nos mostró Remi Lange en Tarik el Hob (Le chemin de l’amour), no es lo mismo la vivencia de la homosexualidad, el lesbianismo o la transexualidad  en una gran ciudad más cosmopolita como Marrakech o incluso Fez que en una aldea perdida de costumbres conservadas a lo largo de los siglos de sumisión femenina y negación de la existencia misma del colectivo LGTB. Algo que tampoco es tan distinto en los países de nuestra Europa mediterránea. Con novelas como Mi marruecos o, sobre todo, la estupenda  Infieles, Taia se expuso a la homofobia de la sociedad marroquí, aunque ahora reside y trabaja en Francia dedicado a sus pasiones soñadas (el cine y la literatura). Taia ha sido señalado por los grupos fundamentalistas que ven todavía en la disidencia sexual un ataque a su modelo de familia religiosa y organización social feudal. Cineastas franceses como Remi Lange han llevado la experiencia de lo queer y las minorías raciales, corporales y sexuales a un punto intermedio entre Francia y Marruecos como, de otro modo, hicieron en su momento gente como Jean Genet, Chukri (con sus novelas autobiográficas cargadas de rabia y resentimiento ) o directores clásicos como André Téchiné que abogan por una Europa multicultural donde tengan cabida todas las creencias y posibilidades vitales, hoy mermadas por los recortes del capitalismo tardío.
Las costumbres en Marruecos también afectan a las mujeres heterosexuales (cuyo destino, salvo si pueden y quieren rebelarse, es el matrimonio y la sumisión al padre o al marido) e incluso a los hombres que deben contraer matrimonios de conveniencia, sea cual sea su orientación sexual. A pesar de la permisividad a las demostraciones de afecto homosocial  entre varones en las grandes ciudades y en los baños públicos de Marruecos, la homosexualidad y el lesbianismo, la feminidad libremente vivida, son cuestiones maltratadas u ocultadas por una legislación que -como ocurre, en mayor o menor medida en otros países de la zona- les lleva al exilio o la posibilidad real de la cárcel. El racismo en Europa se niega muchas veces a acoger a todas estas personas que buscan espacios de libertad o les ofrece menos oportunidades laborales, llevándolos a guetos culturales. Por eso es necesaria que esta cultura crítica pero a la vez reivindicativa de sus raíces (como las mejores novelas de Tahar Ben Jelloun o algunos libros autobiográficos de Juan Goytisolo o Rafael Chirbes), o el cine de Taia y Lange, tenga un espacio amplio en nuestras sociedades que, muchas veces, no son más tolerantes, pero que ofrecen, de momento, mayores posibilidades de expresión y  movilidad para mucha gente que viene del norte de África o del maltrecho Oriente Medio, marcado por la violencia sin tregua. 
Las recientes detenciones y tumultos en una reciente boda simbólica gay celebrada en Marruecos nos ponen ante la evidencia de que el empobrecimiento de los países árabes va ligado a la inmovilidad en cuestiones de género, libertad sexual, acceso real a la ciudanía y derechos humanos. Los avances son innegables. Irán ya no es ese infierno que nos pintan y que se parece más a Arabia Saudí, aunque la separación Iglesia/Estado está bien lejos de producirse. Por ello es necesaria una política migratoria abierta y solidaria que contemple, de una vez por todas, la realidad vital de las personas LGTB y de las mujeres en general, allí y aquí. No ese “pueden disimular lo suyo” con el que el Gobierno del Partido Popular pretende cerrar las fronteras de “nuestro país” a las minorías sexuales que vienen huyendo de la persecución o el oprobio.
De otros países más enmarcados en el panorama convulso de Oriente Medio también han venido propuestas surgidas de la llamada ‘Primavera árabe’ y que ahora se ven amenzadas por el avance de los Hermanos Musulmanes y la violencia en la zona.  Algunos palestinos acuden a Israel huyendo de matrimonios forzosos pero allí se encuentran tratados como gente peligrosa o indeseable, con pocas facilidades para quedarse en la zona y vivir con dignidad. Cruzan la frontera del sexismo y se encuentran con la del sionismo y la hostilidad, en situación ilegal.  En países como Egipto se han visto recortados derechos que ha costado mucho tiempo conquistar (reflejados en la obra narrativa de la médica, ensayista y activista Nawal El Saadawi, que ahora vive y trabaja en el extranjero, después de numerosas amenazas de muerte), debido a la situación bélica. Como se ven aquí amenazados los derechos de la población con VIH o las libertades sexuales reproductivas de las mujeres, allí se teme que la religión aliada con el estado o el ejército suponga una involución.  El joven grupo de música Libanes Mashrou Leila  -conocido por romper tabués todavía vigentes en la zona como la posición de la mujer, el matrimonio tradicional, la homofobia y la lucha por la visibilidad de una nueva generación- ha estado este octubre en Barcelona regalándonos su música entre el jazz clásico y el pop-rock, llenando la ciudad de humor y ritmo  de una zona maltratada por el militarismo. Como los refugiados del rap  de Siria o los músicos que buscan escapar de Irán del filme Nadie sabe nada de los gatos persas.

Voces como la directora de cine Nadine Labaki (Y ¿ahora adonde vamos?) revelan que, también en esos países, existen mujeres que, a pesar de las presiones del cristianismo o el islamismo, empiezan a vivir mayor autonomía personal y profesional así como una mayor libertad sexual y de movilidad. En el filme Alata de Nicholas Meyer se nos narra una historia de amor dolorida entre un estudiante palestino que huye del fundamentalismo de su lugar de origen (ejemplificado en la homofobia de su padre)  y un abogado árabe que se enfrenta por primera vez a la prepotencia del país donde reside. Una película más áspera que las apuestas de Eytan Fox, en un lugar, la frontera Palestina-Israel, que normalmente no ofrece ficciones optimistas ante la violencia real o simbólica del panorama. Pero aún así son voces nuevas y jóvenes dispuestas a contestar al inmovilismo de sus mayores y a algunos de los peligrosos valores en los que se sustentan sus sociedades: el odio, el militarismo, el fundamentalismo religioso o la manipulación informativa. Esperemos que la esperanza puesta en el Oriente Próximo, marcado por el patriarcado tanto como nuestros países mediterráneos, tenga continuidad no solo en las representaciones culturales o artísticas, sino también en una nueva postura social y gubernamental que recoja, de una vez por todas, la voz laica de una nueva generación en busca de un lugar seguro y diverso.

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