jueves, 1 de septiembre de 2016

BIOGRAFÍAS

Humboldt o el armario de la ciencia moderna


Por José García

 


En 2001, el historiador Jonathan Ned Kattz, afirmaba en el prefacio de su obra Love Stories. Sex between men before homosexuality, que “a comienzos del siglo XXI, yo y muchos otros historiadores de la sexualidad rechazamos la anticuada idea decimonónica de los deseos y aventuras homosexuales como realidades invariables, ahistóricas y esenciales. Las palabras, las ideas, los valores y las instituciones, afirmo, son medios de producción de la sexualidad, y los seres humanos sus productores”.


            En su obra, Katz nos presenta historias de intimidad sexual entre hombres durante el siglo XIX, con algunos nombres previsibles como Walt Whitman y otros mucho más inesperados, como Abraham Lincolm, y de cómo estos hombres lucharon por nombrar, definir y defender su atracción sexual por otros hombres, en un mundo previo a las modernas categorías sexuales ‘gay’ y ‘hetero’.

            La aclaración resulta pertinente antes de abordar la biografía nunca escrita de Alexandre Von Humboldt, aristócrata y científico prusiano del mismo periodo que examina la obra de Katz, protegido del déspota ilustrado Carlos IV de España y al que la retórica neocolonialista sigue citando frecuentemente como el ‘descubridor científico’ de América. También referido en numerosas ocasiones como ‘el padre’ de la geografía moderna, el barón Von Humboldt ha sido objeto de numerosas biografías prototipo de cómo se construye un armario sólido y (casi) impenetrable en torno a las inclinaciones homosexuales de los grandes nombres de las ciencias duras, las ciencias verdaderamente masculinas, un armario mucho mejor fortificado que el de aquellos sodomitas que se dedicaron a las artes y las disciplinas denominadas ‘humanísticas’.

            Para los biógrafos encargados de ensalzar las hazañas y hallazgos de los grandes prohombres de la ciencia, introducir los detalles sobre su vida amatoria, cuando esta se desenvuelve en el ámbito de la atracción por el mismo sexo, resulta totalmente irrelevante y, hasta cierto punto, distractora de la magnitud del legado científico de la figura histórica en cuestión. Pero esto es solo una trampa mal armada, una emboscada de la inteligencia por donde se filtra la homofobia científicamente institucionalizada para silenciar determinadas experiencias y borrar su rastro para siempre.

            Humboldt debió ser muy consciente de ello, pues al contrario que otros notables de su época, se dedicó a quemar toda su correspondencia personal antes de morir para que la inefable mácula de su sexualidad no obstaculizara el alcance de sus hallazgos científicos. Trampa y más trampa. Emboscada de la memoria. Si no podemos entender la facilidad con que Hernán Cortés sometió a los aztecas en Méjico sin la colaboración necesaria de la que fue su amante indígena, La Malinche, tampoco podemos entender el impulso expedicionario de Humboldt sin conocer el desplante que le hizo su amante, el oficial del ejército prusiano Reinhardt Von Haeften, al casarse con una mujer.

            Francisco Barrios (Revista Arcadia, 2011) parece haber recuperado parte de la escasa correspondencia que se salvó de la quema y nos relata como Humboldt el 19 de diciembre de 1794, poco después de conocer al oficial, le escribe apasionadamente: “Yo cumplo siempre mi palabra, mi bueno e íntimamente querido Reinhardt. En pocas horas inicio mi viaje: cabalgaré mañana hasta Lauenstein, el 21 llegaré a Steben, y en la noche de Navidad espero arrojarme en tus brazos (…). Pueden otros hombres no tener comprensión para esto; eso me tiene sin cuidado. Yo sé, yo vivo solo por ti, mi bueno y único Reinhardt, solo en tu cercanía soy completamente feliz”.

            El examen de la correspondencia de otros compañeros de expedición e igualmente interesados en la naturaleza americana, como la que remite el granadino Francisco José de Caldas al clérigo gaditano José Celestino Mutis, expresa también la fascinación no meramente intelectual que Humboldt ejercía sobre ellos. En una epístola de Caldas a su amigo Antonio Arboleda, el granadino señala: “Acabo de recibir un resumen de las observaciones que el Barón ha hecho de Cartagena a Santafé, remitidas por mi amado Santiago, por este amigo querido, que quisiera fuera de los dos en el mismo grado. Si yo consigo que usted lo ame en el punto que yo, y que él le corresponda, nada tengo que desear ni más dulce ni más precioso”.

            El historiador colombiano Santiago Díaz-Piedrahita (1992), verifica también la relación amorosa de Humboldt con el joven aristócrata quiteño Carlos Montúfar, a quien el barón puso en sustitución de Caldas para su inminente expedición botánica, haciendo montar en cólera al científico granadino. Caldas escribe a Mutis el 21 de abril de 1802 desde Quito: “Entra el señor Barón en esta Babilionia, contrae por su desgracia amistad con unos jóvenes obscenos, disolutos; le arrastran a las casas en que reina el amor impuro; se apodera esta pasión vergonzosa de su corazón, y ciega a este sabio joven hasta un punto que no se puede creer”.

            En fin, retazos de vida que han sido obviados incluso por las biografías más recientes. Una excepción, quizá, es el biopic con dirección y guión de los gaditanos Fernando Santiago y Juan José Tellez, respectivamente, El viaje cósmico de Alexander Von Humboldt (2010), en el que se apunta al desengaño con Haeften y la muerte de su padre como estímulo por iniciar su expedición científica por las Américas y en la que se afirma, a modo de conclusión, que “su pasión por la ciencia sofocó su tormento por su homosexualidad”. Pero ahí se queda, siendo cuestionable, en todo caso, a tenor de otras fuentes históricas, que las vivencias homosexuales de Humboldt fueran realmente tan tormentosas como se enuncia.

            Humboldt, hermano del lingüista Wilheim Von Humboldt, y amigo personal de Goethe y Schiller, dejó a su muerte una inmensa obra científica cuya mera mención fue considerada tabú durante la Alemania nazi. Lo que corrobora nuestra presunción de que, hasta cierto punto, la ciencia moderna también tiene un género y una orientación sexual determinada.

 


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